domingo, 3 de noviembre de 2019

Néant



 Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Decía Santiago Bemabéu que lo mejor y más gracioso de todo lo que había leído en su vida lo conservaba en unnos recortes de prensa con las crónicas de un periodista deportivo de los años treinta que desde la Redacción en Madrid, y traduciendo como podía el único periódico francés que le llegaba, hacía en verano las veces de corresponsal en el Tour. Un día, en el apartado de retirados, apareció «Néant», o sea, «Nada». O «Nadie». O «Ninguno». Pero el periodista, sin duda uno de esos tipos que pasan delante de una librería, respiran hondo y sienten inmediatamente la voz de la poesía clara, anotó: «Ayer sólo hubo un retirado: Néant. No tiene mayor importancia, porque Néant no figura entre los  favoritos.» Al día siguiente, lo mismo: «Retirados: Néant.» El periodista hubo de tirar de oficio: «El único que ha abandonado el Tour ha sido Néant, hermano del que se retiró ayer.» Para explicar la tercera jomada consecutiva sin retirados hacía falta tirar, no ya del oficio, sino de la fantasía, y ahí estuvo el periodista, tan terne: «Es curioso, pero se ha vuelto a retirar Néant, tercero de los hermanos Néant. Da la sensación de que se han puesto de acuerdo los tres hermanos para retirarse de la carrera en días sucesivos.» Dato comprobado, interpretación comprensiva y buena forma artística son, desde siempre, los tres elementos de una buena historia.

Avanza el Tour y arrecia la controversia entre políticos y académicos a propósito de la historia, y ésta es la señal de que, al menos para  nuestras  clases pasivas, ya está aquí el verano. La posmodernidad, que consiste en vivir al día, nos había traído el olvido de la historia, que venía a ser el único modo de olvidar lo enormemente viejos que somos, pero políticos y académicos han aprovechado la llegada de los primeros calores para meternos otra vez en el lío de la historia, con la consiguiente puesta en escena: veraneo en el apartamento de Gandía, donde sólo hay un televisor, con el abuelo, don Celestino, que quiere ver el concurso «¿Quiere ser millonario?», peleando sin éxito por el mando del aparato con su  nieto Joshua, que quiere ver el partido, o lo que sea, de Anna Kournikova. «Mira que te lo tengo dicho, María Fabiola. Este chico tuyo es un penco. ¡Ni sabe ni quiere aprender historia!» Pero, ¿de qué historia hablan?

Al decir de políticos y académicos, la historia que ahora se enseña en las escuelas está plagada de disparates. ¿Cómo refutar este juicio? Desde luego, no seré yo, que tuve que aprender la historia que se enseñaba antes, es decir, la que se expendía con la enciclopedia Álvarez, quien critique el manual actual, aunque la historia de los manuales nos enseña que la historia siempre fue un género literario destinado a justificar la dominación de un grupo político, y, bien mirado, ¿cuántos disparates políticos no han pasado a la historia convertidos en grandes proverbios? No tiene más secreto que el estilo literario, pues la importancia y el interés de cualquier historia nunca han de buscarse en los hechos que se nos enumeran, sino en la excelencia  y la elegancia con que se nos narran.

«Tácito no percibió la  Crucifixión,  aunque la registra su libro», dice Borges. Bueno, si Tácito hubiera sido corresponsal de prensa, habría merecido el despido. Pero Tácito fue historiador, y tan magnífico como para hacer que sus lectores se eleven al revivir el tumulto de las legiones del Rin y la llegada de Agripina a Brindisi con las cenizas de Germánico. Y a pesar de los consabidos bailes de los cargos públicos, yo no creo que Tácito haya sido desalojado de los estantes de la Biblioteca Nacional. Tampoco Herodoto, ni Tucídides, ni Tito Livio, ni Plutarco, ni Gibbon, imprescindibles para los curiosos con ganas y tiempo de descender a los detalles de la escena en el baño de Giges, de la oración fúnebre de Feríeles, de la ignominia de las Horcas Caudinas, de la afición de Marco Antonio por las actrices o del triunfo de la barbarie y la religión. Esos señores siguen ahí a disposición de todo el mundo. Otra cosa es que los niños prefieran saber de la historia por el «Age of Empires» de Microsoft, que, por cierto, es fantástico. Y si ustedes se preguntan quién  puede arreglar esta historia, a mí sólo se me ocurre un nombre: Néant.


Tácito

«Tácito no percibió la  Crucifixión,  aunque la registra su libro», dice Borges. Bueno, si Tácito hubiera sido corresponsal de prensa, habría merecido el despido. Pero Tácito fue historiador, y tan magnífico como para hacer que sus lectores se eleven al revivir el tumulto de las legiones del Rin y la llegada de Agripina a Brindisi con las cenizas de Germánico