sábado, 2 de noviembre de 2019

Difuntos

Francesca


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Al hilo de la huesa de Lope de Vega, que a saber dónde andará, Julia Escobar ha sacado a colación una buena frase –las buenas frases son la verdad en números redondos– del entrañable Ramón Gómez de la Serna:
    
En España no hay descanso para los muertos.
    
Con su corolario: “Y eso de la sepultura perpetua es una de las mentiras más absurdas”. ¿Quién se va a dejar aquí los ahorros en un ataúd de Gautier, París, con incrustaciones de marfil talladas en Italia por Guerrini?
    
Buen día, hoy, festividad de los Fieles Difuntos, para pasear la madrileña avenida de Daroca, que lleva a la Almudena (un paisaje del cual se sale, en que todo se empequeñece y se pierde: eso, nos dice Julio Torri, es la vida), y ojear en los escaparates los tarjetones de despedida, en fotocerámicas, que oferta el gremio lírico de la muerte, una vez que, “Gott ist tot!”, el Estado, dueño de la vida y de la muerte, interioriza como ramas de la seguridad social el aborto y la eutanasia.
    
Como por no discutir, Santayana llega a conceder que morir es algo horrible, igual que haber nacido es algo ridículo, con lo cual, aunque entrar y salir de este mundo no incluyera ningún dolor, podríamos aún decir lo que sobre ello dice la Francesca de Dante:
    
Il modo ancor m’offende.
    
Es la manera lo que la estremece.
    
Nuestro filósofo (“católico estético”) ve en el miedo radical a la muerte amor radical a la vida, algo que enseña a cada animal a buscar comida y pareja, y a proteger su descendencia: la muerte puede ser amada por un espíritu desilusionado y fatigado, del mismo modo que, a pesar de ser nada –o, más bien, porque es nada–, debe ser odiada y temida por todo animal vigoroso.
    
A vueltas con la muerte, ponerse a bien con Dios, como hace un buen caballero que se pone un buen traje para cita mediana o importante: “Eso va siendo todo”, nos dejó dicho el más grande funebrista de esta Casa.
    
La Muerte aún dice algo si la vemos de lejos.