sábado, 31 de agosto de 2019

Septiembre

Mural de Hidalgo de Caviedes en La Ballena Alegre


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    A toque de septiembre, que decía Ruano, volvemos (“de la tierra de nadie que es agosto”) a septiembre, que es el hogar, aunque de lo que sea el hogar sabemos cada vez menos.

    –Te llamaré Agosto, llama que así me quema.

    Habrá que hacerlo todo, suspiraba en el periódico el escritor, que era un “vagancio”; poner en pie “esta alma que dormía en agosto”. Septiembre se nos viene con cara de Greta Thunberg, ese pastiche nórdico que no nublará en la Onu el pastiche español de Vela Zanetti, en cuyo pueblo, Milagros, comen cordero de Burgos los camioneros de Francia.
    
Víctor de la Serna, magnífico escritor falangista (hijo de Concha Espina), dio cuenta en “El Diario Vasco” del primer pastiche nórdico que se hizo en España y que luego fue abundantemente imitado: estaba en “La Ballena Alegre” y era una fina decoración de Hidalgo de Caviedes (tertuliano de Pombo) en los muros, “escenas de marineros pescadores de bacalao en Groenlandia”, detalle, por cierto, que se les ha escapado a los cronistas de lo cotidiano a la hora de apuntar en el haber del fascismo la idea trumpiana de comprar la isla dinamarquesa. Trump-Groenlandia-La Ballena Alegre
    
Reclutador septiembre, al tambor de tu lluvia, al clarín de tus vientos, me alistaré en el Tercio de tus milanesados –insiste el escritor que como un soldado vuelve la primera mañana… a toque de septiembre. A sabiendas de que nos espera una vida distinta, que es la vida, medio vida, de siempre.
    
Tres meses de ella le quedaban: por eso dice “¡Adiós atardeceres, olor a pino, a mano, a ‘¡qué ilusión me haces!’ y a ‘¡cierra bien los ojos para que puedas verme!’”

    –Y así todos y todas.

    Lo que son las cosas: en el 65 ya se llevaba el consenso (lo pone en circulación intlectual Fernández de la Mora) y el lenguaje inclusivo a lo Perico Sánchez (lo usa, si bien con retranca lírica, Ruano).

    –Hay que entrar de repente en estas aguas frías de ganar la existencia para perder la vida.
    
Los psicólogos de la Seguridad Social lo llaman “Síndrome Postvacacional”.

viernes, 30 de agosto de 2019

Una histeria conocida



Hughes
Abc
 
Es complicado entender de dónde sacan el cuajo y la altura moral quienes califican de golpismo lo sucedido en el Reino Unido, pero, les venga de donde les venga, lo suyo no es nuevo y arranca por lo menos de 2016, momento en que Estados Unidos y Gran Bretaña quedaron bajo la amenaza del fascismo mientras el corazón de la democracia se desplazaba al eje Berlín-Madrid o (con mayor comicidad y donosura) París-Madrid. Fascismo era Trump y su triunfo, recordémoslo, obra de los rusos y de la degeneración neuronal de americanos ignorantes. Lo mismo que el Brexit, para el que los expertos inventaron el término posverdad. El populismo arrasaba el mundo y la democracia liberal se agarraba a la señora Merkel y un poco también a Rajoy.

De manera similar, ahora se considera «golpismo» que Boris Johnson haga uso oportunista de un mecanismo institucional ordinario, pero no se considera golpismo lo contrario, es decir, que se prolongue la más larga legislatura que allí recuerdan evitando la prórroga parlamentaria con el objetivo declarado de obstruir el Brexit, como si el Brexit fuera la guerra y no el resultado de una votación democrática por la que más de 17 millones de personas eligieron salir de la Unión Europea. Nos dicen que lo «democrático» es pretender que el Parlamento no se prorrogue más hasta que paralice el Brexit. Es decir, que las instituciones se supediten al no-Brexit, pero si el Brexit fue lo que votó la gente, ¿qué es golpismo entonces?

Ni la actitud de obstruccionismo parlamentario de los «remainers» ni la prepotencia negociadora europea hirieron esta sensibilidad democrática, la misma que lleva a opinar que «a Boris Johnson no lo eligió nadie» ignorando que ninguna papeleta penetró urna alguna para elegir a los líderes europeos.

Quienes al calor propagandístico y presupuestario de Bruselas abusan de la palabra «democracia» tienen con el Brexit una buena oportunidad para practicarla respetando una decisión que no les gusta. Hubo un referéndum y el pueblo británico votó. También puede ser buen momento para empezar a aceptar la posibilidad de que la UE admita ser repensada con (efectivamente) más democracia. Si es que tal cosa es posible.

Testosterona

ABC, 26 de Abril de 2000

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

De la sociedad de los «eunucos felices», la del Prozac, a la sociedad de los «machos rampantes», la  de la testosterona. En América las hormonas masculinas se venden como rosquillas, y en España, al parecer, también. Es natural. Al decir de la propaganda comercial, la testosterona da músculos y quita años. Por lo que se refiere a sus efectos secundarios, la verdad es que tampoco son como para  hacer  retroceder al español medio: cierto bigote a lo Xabier Azkargorta, una memoria a lo Alfonso Guerra, cierta voz a lo Fernán Gómez y, al margen de cualquier edad, una libido como la que popularmente se le supone a Julio Iglesias. En cuanto a la agresividad, ¿quién está en condiciones de decir la última palabra? Para uno, la agresividad es un asunto que tiene que ver más con la política que con la medicina, y sólo hay que ver en los periódicos la foto de la operación de asalto al niño cubano por las fuerzas norteamericanas de Inmigración al mando de una fiscal cuyo rostro, hosco y ceñudo, es el que uno le pondría a aquel montañés de Tudanca que al tener su primer hijo, y después de mucho lamentarse su mujer de que el padre nunca hiciera una caricia a su chiquillo, sólo por complacerla cogió un día al niño y con su voz más terrible le dijo: «Niño, niño, ven que te capo.» Esa foto supone la consagración imperial de Clinton, que para la Historia será otro Constancio, aquel en quien Gibbon supo señalar el mérito de haber reunido con su victoria las provincias divididas del Imperio, «mas careciendo aquel débil príncipe de toda prenda militar y política, receloso de los generales y desconfiado con los ministros, el triunfo de sus armas redundó tan sólo en plantear el reinado de los eunucos en el orbe romano». Si en el orbe romano de Constancio mandaron los eunucos —los cuales, por cierto, no segregan testosterona—, en el «mundo mundial» de Clinton parecen mandar las viragos, que ya se sabe lo que segregan, y el hecho de que la mayoría de la población americana apoye en las encuestas un desembarco de Normandía para «rescatar» al niño balsero sólo revela dos cosas: la mezcla y confusión contemporáneas de los conceptos de «autoridad» y «poder» por un lado, y por el otro, la excitación que en la nueva sociedad produce cualquier alarde de fuerza en plan «manda  huevos», o sea, el culto de la testosterona, una respuesta al cómo y por qué, en democracia tan fértil y creadora en la ciencia, la técnica y las artes, es tan abrumadora la mediocridad de sus  políticos.

A finales de los sesenta, un célebre zoólogo británico todavía podía escribir con aprobación la siguiente observación: «Parece que lo mejor que un sistema político puede esperar es utilizar los métodos derechistas para llevar a cabo los programas políticos de izquierda. Es una  maniobra difícil y requiere una gran astucia profesional y no poca refinada oratoria. Si los políticos modernos son con frecuencia objeto de sátira y mofa, es porque demasiadas personas comprenden demasiado a menudo el truco. Pero, dadas las dimensiones que alcanzan las actuales supertribus, no parece haber alternativa.» Apenas treinta años después, el zoo humano está globalizado, y la mejor esperanza del sistema político, invertida: ahora consiste en utilizar los métodos izquierdistas para llevar a cabo los programas políticos de derecha. La maniobra es  fácil, pues no requiere ni astucia profesional ni  refinada oratoria; basta con una dosis de testosterona, a la venta incluso en geles. «¿Por qué todo el  mundo se ríe cuando hablamos del retrete?», preguntaba  Mercedes Milá con su sonrisa de Crue11a De Vil al presentar el pequeño zoo humano que Telecinco ha  montado en una caseta de la sierra madrileña. Milá ha leído poco a  Paz: «Al reírnos  del  culo —esa  caricatura de la cara— afirmamos  nuestra separación y consumamos la derrota  del principio de placer.» Pero la mujer avisó de que, para evitar el morbo, el programa sólo ofrecerá  imágenes del retrete «si se produce algún hecho informativo». Bien mirado, Lutero recibió la revelación en la letrina, en el momento en que vaciaba  el  estómago.



«Al reírnos  del  culo —esa  caricatura de la cara— afirmamos  nuestra separación y consumamos la derrota  del principio de  placer.» 

jueves, 29 de agosto de 2019

Agit Prop

Bessie Braddock


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

En la siesta de la playa se me pasa por la cabeza el “¡Quién pudiera emigrar!” de Benavente en ABC (noviembre del 31) cuando en el teatro Fontalba un destacamento de jabalíes protestaba contra una frase sin importancia, “aquí, en donde políticos eminentes han soportado chistes, coplas y groserías del peor género”.

Dolor del ambiente –lo llama Ruano, donde ni aun la gallardía de la disidencia se tolera, sin comprender que la disidencia es lo único que puede dar luz a los unos y a los otros.

Ser y estar. En la vida oficial, nuestro ser es la socialdemocracia, y nuestro estar, el “agit prop”, que en Occidente va para cien años. Cada vez que un Krauze llama “nazi” y “tonto” a Trump, una “Heliconia episcopalis” arde en la Amazonia. “Nazi” y “tonto” son cosas que Peridis ya llamaba a Reagan. En Londres ni siquiera recuerdan que el “bebé gordo” de Trump fue un día el “bebé gordo” de Churchill, cuyo memorable discurso del Telón de Acero en Fulton, Misuri, fue calificado de “alarmista” y “desafortunado” por los señoritos de “The Times”, para quienes la democracia occidental y el comunismo tenían “mucho que aprender uno del otro”.

Recopilados por Boris Johnson, Churchill recibió de sus adversarios (a izquierda… ¡y a derecha!) los siguientes requiebros: chaquetero, fanfarrón, egotista, bribón, cateto, granuja, borracho, aventurero, “medio americano”, traidor, rata, acosador, “otro Goering”, “blando y retórico, carente de principios o incluso de toda visión de los asuntos públicos”, racista, sexista, imperialista, sionista, supremacista ario y anglosajón, defensor de la eugenesia…

Lord Halifax (“aquel señor tan alto y tan flaco, paladín del entendimiento con Hitler, el que iba de cacería con Goering”) no soportaba la voz de Churchill, que “rezuma oporto, brandy y babas de cigarro puro”.

Winston, está usted borracho –le dijo en el 46 la laborista Bessie Braddock.

Señora –replicó Churchill–, usted es fea, y yo mañana por la mañana estaré sobrio.
Agosto augusto.

Jueves, 29 de Agosto


No sueñes con la sangre de la luna
y descansa.
Pero deja, camino,
que mis plantas
exploren la caricia
de la rociada.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Tres amigos y una palmera


Al llegar la hora esperada
en que de amarla me muera,
que dejen una palmera
sobre mi tumba plantada.
Leopoldo Lugones

El último hombre

ABC, 19 de Abril de 2000


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Los viejos liberales asumían que un amante de la libertad sólo se pone verdaderamente a prueba en relación con cosas que lo desagradan, pero el triunfo del pensamiento único ha eliminado esa fatiga. Con el pensamiento único, los eslóganes desplazan a las ideas, y la propaganda, a la filosofía. El  librepensamiento, que en el siglo XVIII conducía a la guillotina, en el siglo XXI puede conducir al paro, y, visto así, el pensamiento único se presenta como el mayor sostén organizado del pleno empleo, con toda la sociedad como un solo hombre, «el último hombre» nietzscheano, satisfecho  como un perro tirado al sol, que ése sería lo que con esos títulos  arrebatados de mayúsculas  hegelianas Fukuyama llama el «Fin de la Historia».

Francis  Fukuyama despliega en «The End of History» el mismo encanto que David Carradine en  «Kung-Fu». Si Carradine partía de Confucio, Fukuyama parte de Hegel, y nadie sale de Confucio o de Hegel impunemente. En  su día,  González, por ejemplo, debía leer a Marx, que fue un hegeliano sin dinero de bolsillo, pero prefirió leer a Confucio, que es más fácil, y el socialismo español, que venía de la lucha de clases, derivó en la lucha de clanes. También Fukuyama debía inspirarse en Yorimitsu, un suponer, que pasa por ser el Don Quijote amarillo, pero ha preferido inspirarse en Hegel, que, en síntesis con Tocqueville —los  hegelianos se pirran por las síntesis—, sale un cóctel tan anestésico como el «dry martini» de James Bond —agitado, no batido—, imprescindible para vender el Fin de la Historia en el único país que carece de Historia.

Porque Fukuyama vive en América, y en América, en fin, no es que todos los hegelianos sean  pedantes, pero de algún  modo todos los pedantes acaban siendo hegelianos. Así lo expresó  Willliam James en sus  «Ensayos sobre el empirismo radical», puesto que para su razón y sus sentimientos resultaba ofensiva la comprensión de la realidad como ese todo espiritual que los hegelianos denominan el Absoluto. Y es que los hegelianos americanos consideraban que, cuando un  hombre  se suicida porque no puede encontrar trabajo para impedir que su familia se muera de hambre, este suicida haría más rico el universo, «y esto es  filosofía». En Europa tenemos a los eurodiputados que  se van de Semana Santa en vez de ir a Estrasburgo a votar la ayuda para Etiopía, «y esto es política».

El antiliberalismo que, impasible, avanza, arranca del práctico principio filosófico de que lo real es lo racional. Para Hegel, lo real era el Estado prusiano, que le pagaba la nómina. Para Fukuyama, lo real es el «Estado homogéneo universal», que le hace los encargos. Desde que fue formulado, los satisfechos se han valido de este principio para demostrar que cualquier cosa que exista es lo mejor, pero los descontentos tienden a argüir que, puesto que el Estado prusiano o el «Estado homogéneo  universal» son patentemente irracionales, no son del todo reales, y que, por consiguiente, alguna  manera habrá de colocar algo más real en su lugar. Esta inversión del principio ayudó a los lógicos a  apreciar su lamentable ambigüedad, pues en el sentido en que el principio es verdadero, es trivial, y en el sentido en que no es trivial, no es necesariamente verdadero. El valor del ejemplo subrayó para ellos la idea de que, en política, el hecho de que algo sea lo que es de ningún modo implica que es lo que debería ser.

La doctrina hegeliana procede, como es sabido, por una síntesis de contrarios que ahora unos llaman «Centro», y otros, «Estado homogéneo universal», lo cual que cualquier hegeliano que abra la boca brillará  con una belleza que parecerá  extraída de los últimos cantos del «Paraíso». En España, la síntesis de toda controversia intelectual en este campo son los careos televisivos de Rahola y Ramoncín en «Crónicas marcianas». Si ya es extraño que un proceso como el  hegeliano, que se representa como  cósmico, haya de ocurrir todo él en la Tierra,  ¿no pensaremos que más  raro todavía es verlo reducido a representación cómica en un plató de Marte? Pero somos «el último hombre», cuyo único pensamiento único es salir hoy zumbando hacia la  playa.

Francis Fukuyama

La doctrina hegeliana procede, como es sabido, por una síntesis de contrarios que ahora unos llaman «Centro», y otros, «Estado homogéneo universal»

Miércoles, 28 de Agosto


bandadas de flores
flores de sí
flores de no

martes, 27 de agosto de 2019

La cartera

Pignon en la cena de los idiotas


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Mientras el Periódico de las Elites avanzaba la muerte del rey (son como la criadita jerezana de Pemán informando al que preguntaba por la salud quebrantada del señor: “Ayer mejoró bastante al mediodía. Luego pasó la tarde sin fiebre. A las nueve y pico le volvió un poco la disnea. Luego se volvió a acostar. A las diez durmió un rato con mucho reposo… Y a las once, se murió”), el “okupa” de La Moncloa cogía a la Bego y el Falcon y volaba a la asediada (por sus socios de Bildu) Biarritz a “Le Dîner de cons” invitado por Macron, que necesitaba un Pignon. Ausente la Armada, que tiene a los herederos de Blas de Lezo en Lampedusa jugando al “The Love Boat” (“Vacaciones en el mar”) de la inmigración ilegal, de España se encarga el ministro de la gobernación, Marlaska.
Yo cuando voy por Gran Vía, 32 la cartera me la paso del bolsillo trasero al delantero –declaró.
En Gran Vía, 32 está la Ser. El pase cambiado de Marlaska gustó tanto como el de Pepe Luis, e Iván Redondo habrá pedido a Duque, que lleva el I+D, un video de Marlaska explicando, con textos de Guirao (o Guirado), al modo de las azafatas de vuelo con el chaleco salvavidas, cómo se pega el cambiazo de cartera al llegar a Gran Vía, 32, que esto le va a dar votos a Sánchez, el Pignon de Macron, que ha tenido la ocurrencia de sentarlo con Boris Johnson: el inglés es el único político culto en circulación y el español es un acreditado analfabeto funcional que quiere mucho al francés porque le encarga torres Eiffel hechas con mondadientes. Sánchez ha leído en el Periódico de las Elites que Macron es Napoleón y él se lo ha creído. En “Le Dîner de cons” de Biarritz hablan de cambio climático. Macronet, al que un día le ardió Notre Dame (y París cada fin de semana), afea a Bolsonaro los incendios de la Amazonia (su media, según la Nasa, es inferior a la de Lula) y Sánchez ofrece, para apagarlos, las tres carabelas colombinas de las que le habla un tal Villacañas. Los siete grandes lo miran fascinados.

–¿Es real? –se preguntan todos.

Martes, 27 de Agosto



capitán... 
no te asuste 
naufragar 
que el tesoro que buscamos, 
capitán, 
no está en el seno del puerto 
sino en el fondo del mar

lunes, 26 de agosto de 2019

"A tomar por saco"

out of context real madrid
@outofcontextre1


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Si hacemos caso a Zidane, el Valladolid de Pedro Porro empató en el Bernabéu porque el Madrid, una vez que metió su gol, no mandó el balón “a tomar por saco”.
    
En los noventa, para ir al Mundial de Francia el Combinado Autonómico estaba obligado a ganar a Eslovaquia, pero el Periódico de las Elites no sabía cómo hacerlo.
    
¿Cómo? –contestó Clemente–. Todos los jugadores deben salir al ataque, y en seguida también todos deben irse hacia atrás a toda leche. Después, un plátano y a la ducha.
    
Si da Mourinho la explicación de Zidane, el Periódico de las Elites le hace un “fake” como el que le ha hecho al Rey Juan Carlos. Pero Zidane es Zidane, un gestor de egos, y como el balón, ahora lo hemos visto, no tiene ego, pues se le manda a tomar por saco y asunto concluido. Con el Madrid de Zidane se ve más satisfecho al antimadridismo que al madridismo, y en él suena a viejo hasta el salmo de la Décima, que suena a guerra del Peloponeso.

    –Ahora, querida, has durado ya tanto como la guerra del Peloponeso –felicitaban el cumpleaños los cínicos ingleses de los tiempos de Russell a sus esposas: ellas no sabían cuánto tiempo era aquello, pero se ponían en lo peor.
    
¿Quién iba a decirle al pipero que Zidane acabaría en Clemente?

    –El dibujo se modifica permanentemente en el Madrid –comentaba Valdanágoras a la media hora de partido.
    
 –Isco engañando a todo el estadio –replicaba su compañero de locución, para ponderar ese regate de Isco que es como el chiste del bolinga en la puerta giratoria.

    Viejo el salmo, viejo el equipo, viejo el sistema, viejo incluso Hazard (el joven, ¡y el bueno!, era Joao Félix), y resulta que el que sobra, y hay que mandarlo a tomar por saco, es el balón, porque le hemos metido un gol a Pedro Porro y, si seguimos jugando, lo mismo Pedro Porro nos mete un gol a nosotros. Este miedo reverencial a Pedro Porro (“¡mandar el balón a tomar por saco!”) viene, a lo mejor, de que Pedro Porro es jugador del City guardiolés, aunque nacido en Don Benito el pueblo donde Pascual Duarte se sube al tren a partir de la segunda edición, pues en la primera lo había hecho en Trujillo, y Cela se vio en el brete de tener que llevar, o el tren a Trujillo, o a Pascual a Don Benito.
    
El Madrid de Zidane lleva en todo lo alto la estocada de los siete goles colchoneros de la pretemporada. Aquel naufragio cortó la salida de James al Atleti, y ahora es titular en el Madrid, igual que Bale, el de “si se va mañana, mejor”, mientras “L’Equipe”, el periódico que tuvo la idea de la Copa de Europa, publica que el PSG rechaza rechaza cien millones de euros (más Bale, Keylor y James) por Neymar.

En este equipo, la juventud es un escándalo, como la salud en un hospital. Kubo, esa ilusión estival, marchó a Mallorca, como el Pérez de Los Tres Suramericanos (“Y yo que me muero por ir a Mallorca / con eso de Pérez empiezo a pensar, / en meter mis cosas, mis sueños y ritmos / en una maleta y largarme pallá”). Jovic es un Aitor Aguirre exigido como Van Basten. Rodrygo fue una golondrina de verano, y ya sabemos que una golondrina no hace verano. Teníamos a Vinicius, que era la alegría del “Canto negro” (¡Yambambó, yambambé!) de Nicolás Guillén, y en manos de Zidane parece un viejito que sólo se ganará la confianza del míster cuando tenga el pelo de nieve, como el marido de Celia Cruz. De Mendy, el Cafú de Meulan-En-Yvelines, no ha vuelto a saberse. A Brahim lo tenemos en el recuerdo como un futbolista en retirada. La obsesión sigue siendo Pogba, aunque el crack de los Pogba no es Paul, el pretendido, sino Matías, el hermano, que no sé a qué espera Zidane para colocarlo de segundo suyo en el banquillo. Zidane, de elegante (“¡hay que ser elegante para venir con traje hoy al Bernabéu!”, decían los Brummell de la locución durante el partido), y Matías Pogba para pegar voces en el área técnica cuando el Madrid marque un gol: “¡Balón a tomar por saco!”

    –Balle, prendre par sac! –sería la consigna a transmitir por Matías a Bale, jugador de su banda, y otra vez liada.
    
Claro que lo que urge ya no es Pogba, sino Neymar, única forma de tapar el neón de Joao Félix en la acera de enfrente. ¿No gestiona egos Zinedine? Pues en Neymar tiene un ego como Dios manda. Y con el trapío de Madrid. Pero eso de que el equipo mande a tomar por saco el balón, como plan sólo tiene un final: que la afición mande a tomar por saco al equipo.



MUSLO RAMOS

    El tatuaje es propio de las sociedades sin escritura, y en el muslo izquierdo de Sergio Ramos, capitán del Real Madrid, equipo en el que jugaría gratis, si le dejaran, está escrita toda la información que los historiadores necesitan para escribir la historia de nuestro tiempo. Una cosa fue el muslo en blanco (por la muslera) de Chendo, y otra es el muslo escrito de Ramos, nada que ver, sin embargo, con el muslo oferente de Jenny Llada, punto de comparación escogido por Hughes para medir aquel muslamen que Cristiano enseñaba a las fieras del Frente Atlético en el Manzanares. El muslo de Ramos es un “Sartor Resartus”, y eso incluye cosas de Ibáñez, de Bansky y de Dalí, a cuyos relojes blandos tantos homenajes rinde la defensa del Madrid. Como El Tato donó su pierna a una farmacia de la calle de Fuencarral, Ramos podría donar su muslo al museo del club, que debería obligar a su capitán a jugar con los leotardos protectores de Roca Rey para salvaguardarlo. Como los mundos de Popper, tres son los muslos blancos: Chendo, Cristiano y Ramos.

 Muslo Jenny

Muslo Cristiano

Tinto de Verano (Folletín ecológico canicular) Capítulo 5. Paisajes y paisanaje (el espejo de Claude)

Espejo de Claude


Jean Juan Palette-Cazajus

La primera ocurrencia conocida de la palabra “paisaje” es de 1493, y surge bajo la pluma de Jean Molinet, un oscuro poeta francoflamenco, para designar “un cuadro que representa un país”. “País” fue y sigue siendo palabra particularmente metonímica. Hoy, nos dice el DRAE, define un “territorio constituido en estado soberano”. Pero también se usa para designar parte de ese territorio, incluso parte de la parte, hasta el punto de aparecer en la literatura de siglos pasados como sinónimo de “paisaje”, el real o el representado. El interés de este capítulo podría ser precisamente el de recordar que no hay país sin paisaje ni paisaje sin paisanaje. Hay que esperar hasta 1549 para encontrar la palabra “paisaje” ya repertoriada en un diccionario francés. En español aparece en 1552. En ambos casos sigue designando la representación pictórica de entornos naturales. Merece la pena darse una vuelta por el Prado para contemplar los cuadros del flamenco Joachim Patinir (1480-1524),  uno de los primeros “paisajistas” significativos. Sus amplísimos horizontes recogen todos los elementos canónicos que a partir de entonces constituirán el vocabulario de la pintura de paisajes durante varios siglos: relieves, valles, llanuras, ríos, árboles y plantas variadas pero difícilmente referibles a ningún entorno identificable. Es decir que en su origen, el concepto de paisaje ignora la realidad geográfica para representar un puro producto de la imaginación y de la subjetividad humana. 

Pero tampoco la pintura de paisajes hubiese resultado posible sin los inicios de una mutación histórica de las conciencias, materializada en el trascendental invento de la perspectiva lineal. Antes de ella, el ser humano y la naturaleza se confundían en una percepción clausurada de la realidad, acotada por el simbolismo religioso y el dogma sagrado. De modo que la pintura de paisajes aparece también como un indicio del camino emprendido por el individuo tardomedieval hacia el sujeto analítico moderno, capaz de ver las cosas “con perspectiva”. Es decir capaz de extraerse de su entorno natural para empezar a construir el mundo como objeto de reflexión y de representación. Con todo, bueno es recordar que la temática paisajística fue considerada al principio como pedestre y subalterna, indigna de codearse con las representaciones religiosas, mitológicas o históricas. Progresivamente el género, entendido, pues, como plasmación de un modelo de naturaleza idealizada, irá mereciendo sus letras de nobleza hasta el punto de desembocar en un curioso invento conocido como “espejo de Claude” o “Claude glass” en inglés. El referido Claude era el pintor Claude Lorrain (1600-1682), Claudio de Lorena en español. Insigne creador de sublimes y mitológicos paisajes de los cuales el Prado ofrece también algunos destacados ejemplos. Los estragos de ese modelo de espejo, convexo y tintado, azotaron particularmente a Inglaterra. Se usaba dando la espalda al paisaje natural para preferirle su reflejo en el citado espejo, supuestamente más parecido a cómo hubiese salido de los pinceles del inefable Claudio. Los primeros jardines “a la inglesa”, ya muy entrado el siglo XVIII, también conocidos como “jardines paisajistas”, trataban de parecerse a los cuadros de Claudio de Lorena. 

La anécdota del “espejo de Claude”, cuyo uso ya fue muy satirizado en su tiempo, es la mejor demostración de la larga reticencia de la sensibilidad histórica a encontrar en el espectáculo de la naturaleza real un espectáculo digno de compararse con la visión idealizada, secularmente propuesta por los pintores. Sólo a través de la revolución de las sensibilidades operada a lo largo del siglo XVIII empezará la mirada humana a buscar en la naturaleza circundante motivos para que la palabra “paisaje” deje de referirse exclusivamente a un producto de la imaginación pictórica. A partir de entonces pasará a designar un verdadero fragmento de territorio, a la vez existente y “pintoresco”, es decir digno de ser pintado. Luego la revolución de las sensibilidades se verá acelerada por una revolución técnica, la pintura en tubos, que propició la aparición de los pintores al aire libre, primero Corot, luego la Escuela de Barbizon, los Impresionistas y sus epígonos. Ellos contribuyeron a diversificar de forma casi exponencial la gama de los objetos, rincones y parajes naturales merecedores de la etiqueta “pintoresca”. El adjetivo se sigue utilizando, pero lo que nuestras subjetividades meten hoy en el saco de la palabra “paisaje” es tan variopinto como la gama de emociones y sentimientos que pueden suscitar. Hablamos de paisajes rurales, salvajes, desérticos, industriales, culturales, literarios, patrimoniales históricos, insólitos, trágicos, la lista sigue abierta. Hay paisajes de lo kitsch y paisajes de lo feo. Pero, no lo olvidemos, cada día, en este mismo instante, el más paleto de los turistas cuando trata de reflejar con su teléfono el entorno vacacional, busca espóntaneamente encuadres y composiciones heredadas de Claudio de Lorena y la más rancia tradición paisajista. 

De modo que el concepto de “paisaje” sigue dependiendo, hoy como antes, de la subjetividad de la mirada, individual o colectiva. Pero la modernidad, política, cognitiva y artística, suscitó entretanto un advenimiento esencial:  que la noción de “paisaje” fuese entendida también en tanto que realidad física, objetiva y preexistente a toda mirada. Una realidad determinada por la geología, la geografía, la historia, los cultivos y la cultura. De modo que hoy las definiciones del paisaje pueden ir desde el prisma más rabiosamente subjetivo, como «la promoción de un fragmento del mundo sensible bajo el efecto de una mirada mentalmente guiada», hasta la más desencarnada enunciación científica: «una estructura espacial con un funcionamiento biogeográfico autónomo; en la que se interrelacionan lo abiótico, lo biológico y lo antrópico». Los paisajes pueden ser naturales o antrópicos es decir modificados por la actividad humana. En Occidente y exceptuando los de alta montaña, la gran mayoría de los paisajes son antrópicos, es decir históricos, es decir transitorios. Tenemos una conciencia relativamente clara de la magnitud de los cambios que han caracterizado la historia de las ciudades. No la tenemos de la variedad de los paisajes rurales que se sucedieron a lo largo de los siglos, engendrados por las vicisitudes de la historia, la de los hombres y la de las prácticas agrarias. 

Detengámonos en un momento significativo. La peor época de la deforestación en las grandes naciones occidentales coincidió con las postrimerías del siglo XVIII. La culpa era mayormente achacable a la construcción naval y a la colateral fundición de cañones. La segunda mitad del siglo vería el apogeo de las grandes armadas transoceánicas, inglesa, española, francesa, con frecuencia enfrentadas en desastrosas batallas. La construcción de un solo navío estándar de 74 u 80 cañones (pero los había de 110 y hasta 120 piezas) requería la tala de 2500 robles centenarios. La fundición de cañones devoraba cualquier leña que quedase. La cacareada “austeridad” del paisaje castellano le debió mucho a esa terrible realidad. Di con unos mapas estadísticos que estiman la masa forestal francesa, a principios del siglo XIX, entre 6 y 7 millones de hectáreas. Hoy son algo más de 17 millones. No supe encontrar los datos equivalentes para España, pero los comentarios de los contemporáneos son unánimes en deplorar la terrible situación de los montes, ya secularmente estragados por los privilegios de la Mesta. Hoy, la mayor superficie forestal europea está en Suecia y Finlandia mientras Francia ocupa el cuarto puesto. El tercero, tal vez de forma algo contraintuitiva, es para España con 18 millones de hectáreas. Son estadísticas. Las subjetividades paisajísticas se nutren de realidades distintas. El bosque boreal de Escandinavia no suscita el mismo imaginario que el arbolado de las zonas templadas. En cuanto a los idiomas español y francés, si comparten la palabra “bosque” (“bois” en fr.), el primero recurre también a la palabra “monte” mientras el segundo utiliza “forêt”. Dos palabras que revelan realidades orográficas, forestales, pero también vivenciales muy diferentes. 

Secularmente se ha considerado que los habitantes o creadores de un entorno paisajístico, en las sociedades tradicionales, ni percibían su originalidad ni lo solían apreciar más allá de los inevitables apegos generados por el hábito. Los etnólogos suelen matizar la cuestión. Pero en nuestras culturas, lo más parecido a una sociedad de tipo tradicional fue durante siglos el mundo rural, eternamente maltratado desde la revolución neolítica. Despreciado social y políticamente, culturalmente aislado de las fuentes de la cultura oficial, sometido a las carencias económicas y a la terrible ingratitud del medio natural. Pocos juicios apreciativos y escasas actitudes complacidas cabían esperarse de aquella gente hacia un entorno del cual nunca tuvieron la menor posibilidad de pensar que pudiera ser diferente de lo que era. El amor militante a la variedad de los paisajes vernáculos no es anterior a la segunda mitad del siglo XIX y fue obra de la “intelligentsia” viajera, de una minoría culta y urbana que siempre vio los toros de la existencia campesina desde la barrera del confort urbano. No supondrá una revelación para nadie recordar que aquella pasión por el campo y la naturaleza corrió inversamente simétrica al éxodo rural, a la estampida de las poblaciones campesinas hacia los centros urbanos. Para lograr sobrevivir, la minoría de labradores que se aferraron al agro tuvo que arruinar los tradicionales particularismos agrarios para someterse a las exigencias de la agricultura intensiva que exigía la geometrización productiva de las tierras de cultivo y su absoluta uniformización.

¿Cuál es la situación del “paisaje general” hoy en día? Sigo negándome desde un principio a utilizar la palabra “naturaleza” para designarlo porque no debe olvidarse en ningún momento que, por más que perteneciente al universo físico, su “naturaleza” era fundamentalmente antrópica. “Era” decimos, porque hablamos efectivamente del pasado: la “antropización” definió la acción humana sobre la naturaleza hasta la “era de la combustión”. A partir de entonces, y sobre todo a lo largo del último medio siglo con el crecimiento exponencial de las capacidades técnológicas, la “antropización” quedó desplazada por la “artificialización”, una especie invasiva incomparablemente más poderosa y letal. Hoy, el “paisaje general” se ha dividido en dos ámbitos prácticamente inconexos. Por un lado está el “paisaje residual”. Su mejor definición posible es la que lo consideraría como la suma de los espacios que se extienden a un lado y otro de las autopistas. Lo recordábamos en la primera entrega, la autopista tiende irresistiblemente a banalizar y uniformizar  los territorios. No los recorre, no los atraviesa, los parte y los va perforando. Su papel es obviar el espacio. Solo cumple con él si el automobilista tiene la mente puesta en la velocidad, el tráfico y el proceso de acercamiento a su meta. Hasta hoy, dijimos, cualquier paisaje sigue siendo un producto de la mirada. Lo que nadie mira ha dejado de existir. 

Por otro lado, frente al “paisaje residual” ya desechado, hemos creado la categoría del “paisaje museal”, susceptible de ser despiezado, clasificado, y almacenado. Sus elementos se llaman parques, reservas, espacios, áreas, zonas, monumentos. Son nacionales, naturales, regionales, rurales, integrales, protegidos, especiales, científicos. Hasta hace poco más de un siglo, incluso muy adentrados en la “era de la combustión”, el entorno natural seguía resultando imponente e intratable. La excavación del túnel ferroviario del San Gotardo, inaugurado en 1882, una de las grandes hazañas de ingeniería del último cuarto del siglo XIX, se cobró 307 vidas y 900 trabajadores más padecieron silicosis y otras dolencias. Durante siglos, cavar la tierra, levantar un puente, abrir un camino, cruzar los relieves, atravesar los espacios, cualquier posible actividad humana le recordaba al individuo la abrumadora  diferencia de escala que lo separaba del universo físico. En el seno de la naturaleza “antropizada” todavía éramos liliputienses. Pero en pocos decenios la “artificialización” hizo del liliputiense un Gulliver. Troceados, customizados, los “paisajes museales” quedan reducidos a una serie de objetos cuya fragilidad requiere vitrinas que los protejan y permitan su contemplación. La manera con que se ofrecen a nuestra percepción suscita el sentimiento de que son modelos a escala reducida a los cuales nos acercamos en el aberrante papel del gigante solícito. 

Entendámonos. La metáfora de Gulliver no significa que nos hemos convertido en todopoderosos frente al medio natural. Todo lo contrario. Lo que ella indica es el advenimiento de un vuelco antropológico: el medio del que siempre dependimos vitalmente, ahora depende vitalmente de nosotros. Dicho en buen romance, por primera vez en la historia humana nos vemos con el culo al aire. El mejor indicio de la hondura del malestar es la actual plaga de la fotografía de paisajes: truncados, parciales, engañosos, pasados por photoshop, diluidos hasta la náusea en la cursilería almibarada de los colorines. Un nuevo “espejo de Claude”, una nueva manera de darle la espalda a la realidad.

domingo, 25 de agosto de 2019

Psicología del crac

ABC, 12 de Abril de 2000

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Vivir mejor o vivir peor. Ésa es, al parecer, la cuestión del índice Nasdaq, sólo que el índice Nasdaq no depende de la economía, como creen los legos, sino de la psicología, como saben los expertos. Un pobre que acostumbre ver el telediario siempre estará persuadido de vivir mejor que, por ejemplo, un  rico que lea el Eclesiastés. «Los ríos corren hacia el mar y el mar no se llena. / No hay nada nuevo bajo el  sol. / No existe el recuerdo de las cosas pasadas.» Con estos argumentos intelectuales, nadie se lanzaría hoy al mercado, que, como todo el mundo sabe, está en los valores Internet.

 Internet, que nos aparta del rico pesimismo del Eclesiastés al mismo ritmo que nos aproxima al pobre optimismo de los telediarios, pasa por  ser el símbolo de la nueva economía, aunque lo que representa, en el fondo, es el triunfo de la vieja psicología, que afianza nuestra confianza y la  convicción de que la gente en general puede llegar a ser rica. Para Galbraith, que literariamente  combina la brillantez con la perversidad en iguales proporciones, el peligro consiste en que, hoy por  hoy, hay mucho más dinero que afluye a  los mercados que inteligencia para canalizarlo. Lo dice en el nuevo prólogo de su viejo libro «El crac del 29», cuando el mercado estaba en los valores Radio, y el peligro, en la convicción general de que Dios se había propuesto enriquecer a la clase media  americana. (En el  29, aquí, se oían campanas, pero no se sabía dónde: «Aquí en este país / ya no  sube  nada: / ni sube la cultura, / ni sube el capital; / sólo la sicalipsis / se sube más y más», reza el cuplé «Ruido de campanas».)

  La psicología del crac del 29 suele resumirse en la imagen de un enorme terremoto financiero  seguido de una espectacular ola de suicidios. «En realidad  —sostiene  estadísticamente Galbraith—  no hubo ninguno.» Prendió el rumor de que los empleados de los hoteles preguntaban a sus huéspedes si querían habitación para dormir o para tirarse por la ventana,  y, naturalmente, el mito  hizo fortuna, porque la opinión necesitaba de esas víctimas expiatorias del mercado. «A pesar de  una halagadora suposición en contra, el pueblo se acomoda de buen grado a aceptar el poder», pero «se  vuelve duro y desconsiderado con quienes, habiendo tenido poder, lo perdieron o fueron destruidos.»

  La secuencia de aquel tiempo divino comienza en diciembre de 1928 con el discurso del presidente  Coolidge sobre el estado de la Unión, que, para él, nunca «tuvo ante sí una perspectiva tan favorable  como la que se nos,ofrece en los actuales momentos...» Todo cotizaba al alza, incluida una compañía «para la  importación de un Lote de Asnos Machos de España». No había  sitio en América para los  catastrofistas. Los pesimistas fueron apaleados como saboteadores de la «American way of life». Sin embargo, a los pocos meses, en el otoño de 1929, el presidente Hoover se veía en el trance de dirigir  lo que Galbraith describe como uno de los más antiguos, importantes y, desgraciadamente, menos comprendidos ritos de la vida americana: «Me refiero al rito de las reuniones, el cual se celebra, no para realizar alguna  actividad, sino para no realizar ninguna en absoluto. El hecho de que no se haga nada en una reunión dedicada a no hacer nada no es normalmente causa grave de embarazo por  parte de los reunidos. Las reuniones  improductivas de la Casa Blanca daban una sensación de que estaba  haciéndose algo verdaderamente impresionante.» Y este tipo de reuniones fue el instrumento   perfecto para hacer frente al crac del 29. «Es bien sabido que los hombres se han estafado unos a  otros en muchas ocasiones. El otoño de 1929 contempló por vez  primera el inusitado espectáculo de  unos hombres estafándose a sí mismos.»

Mas las comunidades financieras se caracterizan por una fe inquebrantable en el poder de los encantamientos, y, en vísperas  del crac del  29, el encantamiento preventivo exigía que todas las  personas importantes repitiesen con toda la convicción de que fuesen capaces que no ocurriría otra  catástrofe.

 John Kenneth Galbraith

Las comunidades financieras
 se caracterizan por una fe inquebrantable
 en el poder de los encantamientos

Domingo, 25 de Agosto


Si nunca corriste una ola...

"Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos"

DOMINGO, 25 DE AGOSTO

En Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo:
 
-Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

Lucas 13,22-30

sábado, 24 de agosto de 2019

Why the New York Times Is Unreformable and Must Die



@Mirage495


 
Even before The New York Times launched its “All Slavery, All the Time” project, no one could accuse that paper of skimping on its race coverage, particularly stories about black males killed by white(ish) police officers.

Here’s one you haven’t heard about. I happened upon it by sheer accident.
Antwon Rose II was a 17-year-old boy shot by an East Pittsburgh police officer in June 2018 after he bolted from a jitney car that had been stopped by the officer. The Times published about a half-dozen stories on Antwon Rose — or as the Times calls him, “Antwon, who was unarmed.”

Biarritz

Molière


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La ventaja de no estar entre los Siete Grandes es que Sánchez no puede organizar en pleno agosto una cumbre en Benidorm, como ha hecho Macron en Biarritz, el lugar de las dos rocas nombradas en lengua eúskara, donde los vecinos son obligados policialmente a mantener cerradas ventanas y contraventanas, como los burgaleses del Cid cuando el destierro.
Macron es un personaje cómico, de Molière, y Biarritz es la ciudad donde César Vallejo se asomó a España (“el suelo castellano, siete veces clavado por los clavos de todas las aventuras colónidas”) y donde siempre parece que os va a ocurrir algo extraordinario, mas donde nunca pasa nada.

Cuando un mes de agosto se anunció la ejecución de Sacco y Vanzetti –contaba Fernández Flórez aquí– una manifestación fue detenida por los guardias, sonaron tres disparos y cayó muerto el caballo de un gendarme. Los diarios locales aseguraron que los disparos eran de extranjeros y que el caballo había fallecido en el acto, sin sufrir absolutamente nada, para tranquilidad de los ricos veraneantes americanos.
Hablar es barato, dicen los yanquis, y Macron se ha hecho una fama de intelectual por lo que habla mientras apalea a los chalecos amarillos sin reproches en los medios: cambia “nación” (malo) por “patria (bueno) porque es “chic”, levanta una “Grande Armée” para plantar cara a los useños y delante de un Calvados es capaz de dar órdenes… ¡a Inglaterra!, olvidando que si en el continente no estudiamos hoy el alemán como lengua vehicular, no lo debemos al país de Macron, sino al de Boris, el político más largo, de largo, que hay delante.
Churchill, en efecto, amó la cultura francesa (claro que la de la “Belle Époque”, cuando los mendigos de Bonafoux pedían en la Bolsa de París al grito de “A bas la France!”), y hasta tenía en su despacho de primer ministro un busto de Napoleón. Macron (político huero que, como Merkel, no tiene hijos y juega a organizar la Europa de los nuestros), aspira a que Boris lo cambie por uno suyo. “Some chicken! Some neck!”

Sábado, 24 de Agosto


me sobra ya tamaño, bruma elástica,
rapidez por encima y desde y junto

viernes, 23 de agosto de 2019

Ver visiones

ABC, 5 de Abril de 2000

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Bertrand Russell repasó la historia de las visiones para señalar cómo están influidas por las creencias anteriores de los videntes que las tuvieron. San Antonio, por ejemplo, vio turbado constantemente su retiro en el desierto por visiones de señoras desnudas. «¿Vamos a inferir por ello que el Corán está en  lo cierto al prometer abundancia de tales visiones en el Paraíso? ¡Que perezca el pensamiento!». Y el pensamiento, también en la economía y el entretenimiento, ha desaparecido. Tal es la cara amable  del posmodernismo, esa mística específicamente norteamericana que los políticos europeos llaman  centrismo.

Para Galbraith, la «mística» de la economía se basa en que, debido a que los actos de los expertos no son comprendidos por la gran mayoría de la gente, se les concede razonablemente una superior  sabiduría. Otro tanto ocurre con la «mística» del entretenimiento. Y la actualidad nos ha sorprendido  con la desnudez de Bill Gates en la Bolsa de Nueva York («In  Goldman,  Sachs  We Trust», es la  oración que  Galbraith deja pendiente en este aire saturado de espiritualidad) y la desnudez de  Kathleen Turner en el Gielgoud de Londres.

Aun  tratándose de visiones, esta coincidencia en el tiempo es un rasgo característico de la  posmodernidad, que conlleva la pérdida de todo sentido del pasado. Aquel tiempo en que todas las  cosas iban, conforme a la causalidad, una detrás de la otra, ha sido sustituido por una especie de  «nostalgia del presente», un tiempo que se añora a sí mismo desde una distancia imposible, y que supone la presencia simultánea de varias cadenas de causas. Un lío, en fin, tras del cual hoy se esconden —o se destapan— las figuras  de Gates y de Turner, cuyo «Fuego en el cuerpo», por cierto, ha absorbido el pensamiento de todos los filósofos posmodernos.

Para el hombre  posmoderno, libre de equipaje, lo importante es el «movimiento», no el resultado.  Gates  baja, Turner sube. A golpe de «pura viagra teatral» han anunciado algunos periódicos  británicos el desnudo de Kathleen Turner en «El  graduado», no tolerado, pues, para niños y militares sin  graduación, porque la desnudez, como la verdad, sigue escandalizando a la gente bien, aunque en este caso no parece que haya más verdades desnudas que la edad y el peso de la estrella,  que  ya  lo dijo Rubén: «De desnuda que está brilla la  estrella.»

En  Madrid, la última vez que alguien debió de brillar así fue, hará unos veinte años, Nuria Espert  en «Divinas palabras», pero aquello era otra cosa, claro. De entrada, Nuria  Espert no se presentaba  precedida de ningún «Fuego en el cuerpo», la película con que Lawrence Kasdan inauguró la  erótica del posmodernismo al  modo como Hugo iniciara la batalla del romanticismo con  «Hernani», sólo que en «Hernani» no hay ni un acto que dé motivo a nadie para echar la cristalera abajo con una silla, al menos con la determinación de William Hurt en «Fuego en el cuerpo», donde todo era material para el  incendio.

De hecho, a Kathleen Turner nunca se le han ido del todo los humos, y por eso tiene dicho en los periódicos: «Sé que hay noches en que si un hombre no me mira es porque es gay.» ¿Gay? En Estados Unidos, don-e las mujeres dejan acariciar sus cuerpos como si fueran ajenos, el primero en poner esa palabra en circulación fue Cary Grant en «La fiera de mi niña», cuando, envuelto en un vestido de mujer, exclamó haberse «vuelto  gay». Y todos conveníamos en que «volverse gay» significaba volver la cara —o no volverla, según se mire— al paso de una señora como Kathleen  Turner, pero la neurociencia acaba de revelarnos que con ver la longitud de los dedos de la  mano  ya  se sabe de qué pie cojea sexualmente cada uno.

Hasta ahora no sabíamos sino que, si uno bebe mucho, ve serpientes, o ángeles, si lo que uno hace es comer poco, pero este descubrimiento neurocientífico nos deja desnudos ante una vida sin otra  visión  mística que la de sus compulsiones nostálgicas. Y la próxima visión, la del genoma humano. En  Internet.

Kathleen Turner

San Antonio vio turbado
 constantemente su retiro en el desierto
 por visiones de señoras desnudas.
«¿Vamos a inferir por ello que el Corán está
 en  lo cierto al prometer abundancia
 de tales visiones en el Paraíso?
 ¡Que perezca el pensamiento!»

Viernes, 23 de Agosto


allá va la negra negra,
junto junto al español;
anda y anda el barco barco
con ellos dos

jueves, 22 de agosto de 2019

Groenlandia

Groenlandia


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Desde el “hit” de la Movida con Tesa Arranz y los Zombies (“Atravesaré el mundo / y volando llegaré / hasta el espacio exterior / Y yo te buscaré / en Groenlandia…”), no habíamos vuelto a pensar en Groenlandia hasta que Trump se fijó en esa isla para comprarla, aunque los daneses le han hecho como el PSG a Flóper con Mbappé.

    –Dinamarca es un país increíble, pero por los comentarios del primer ministro Mette Frederiksen, que no tendría interés en discutir la compra de Groenlandia, pospondré nuestra reunión programada en dos semanas para otro momento –ha tuiteado el americano, que va al grano.

    En contestación a la Groenlandia de los Zombies (y de la Venecia de los hombres G) grabaría Gabinete Caligari su “Camino Soria”, que a los tontos de hoy les sonaría a Salvini.

    La movida, en fin, está en el mar. Trump quiere Groenlandia, que es una isla de hielo, aunque los zelotes del cambio climático no saben por qué la llamaron “tierra verde”. ¿Sería verde el hielo, como en esos garitos donde te sirven garrafón?

    El beaterío progre ha echado al mar a su Greta, que navega, cantando “Por la bahía”, rumbo al patio de Monipodio de la Onu, culminación de la campaña multinacional 2019-20. ¿Y si Trump hubiera pensado comprar Groenlandia para Greta, Safo con coletas que podría establecer en Thule su “Casa de las servidoras de las Musas”?

    Al mar mira el Brexit, que es la decisión inglesa de pasar, otra vez, de una existencia terrestre a una existencia marítima, “convirtiéndose en pez”, como tan bellamente se describe en el nomos schmittiano.

    –Britannia rule the waves.

    Y en el mar se juega su campaña electoral Pedro Sánchez, un tipo incapaz de encontrar una oración en la Biblia, pero que ha puesto la Armada de don Casto Secundino María (honra sin barcos, barcos sin honra, menudo lío) al servicio de las mafias piráticas del Mediterráneo, amparado en el manual de “Derecho Internacional Humanitario” de la jurista sin terminar Elena Valenciano.

    ¿Pero es que no hay un solo tertuliano que haya leído a Melville?

El factor Boris



Hughes
Abc

En una viñeta gráfica inglesa, el Brexit era visto esta semana como un naufragio. Pero no británico, sino europeo. La Unión Europea era un viejo barco que se acercaba a un maremoto y del que se alejaba en dirección contraria un bote con bandera británica. Remeros disciplinados huían en dirección al sol mientras el viejo bajel europeo se acercaba a lo desconocido rodeado de tiburones llamados «Corrección Política», enormes olas de inmigración y tornados de recesión, con unos burócratas bruselenses al timón y Merkel en el palo mayor pidiendo más inmigrantes.

Otra visión del Brexit (duro) menos divertida lo observa como un innegable riesgo múltiple para el Reino Unido: un perjuicio económico seguro, grietas internas en Irlanda del Norte y Escocia y un horizonte de debilidad institucional ante gigantes como China en Hong Kong.

Entre estas dos visiones está Boris Johnson, un interlocutor por fin a la altura de la «euroironía».

Siendo el Brexit inevitable, tendrá que perfilar la forma que adopta, pues lo que nació binario seguirá binario hasta el final: acuerdo (aún posible para todos ayer) o no acuerdo.

Y una de las pocas formas que tenemos de conocer a Johnson es observar lo que deslizó como reflejo propio en su libro sobre Churchill.

En «El Factor Churchill» se preguntó por el origen de su sobrenatural energía psíquica, una fuerza a la que en cierto modo aspira. Churchill, explicaba, era hijo de un tiempo victoriano en que los ingleses sabían que prolongar su Imperio exigiría esfuerzos colosales.

Al estudiar si era eurófilo o euroescéptico, Johnson no resuelve el misterio, pero deja claro que Churchill no consideraba a su país como uno más, como un país federable. «Su idea de Gran Bretaña trascendía Europa». Su visión era triple: una nación europea, el origen de un Imperio y un socio angloparlante. «El Imperio se fue hace mucho tiempo», reconoce Johnson, que rescata sin embargo para hoy el «promiscuo internacionalismo de ese enfoque». Las tres funciones que Churchill daba a lo británico: nación europea, Imperio y lengua, «siguen siendo una razonable forma de ver el lugar de Gran Bretaña hoy día».

De modo que esa huella de lo imperial aún haría posible exigir sacrificios.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Todos muertos

Comarca Odra-Pisuerga, lugar de vacceos y turmogos

Pastiches

ABC, 29 de Marzo de 2000

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Vituperar el Cubo de Moneo y vitorear el Oscar de Almodóvar constituye una contradicción radicalmente posmoderna, que viene a ser —lo  posmoderno, no la contradicción— el primer estilo global específicamente americano. De hecho, sin la necesaria homologación americana de sus famas, ni Almodóvar habría podido recoger su Oscar ni Moneo habría podido diseñar su Cubo, aunque, al final, Cubo y Oscar formen una parte esencial del mobiliario de una posmodemidad madrileña. ¿Qué? ¿Se imaginan ustedes que Ortega, para quien la estética era una  cuestión política, hubiera  previsto algo así cuando dijo que «hay también un logos del Manzanares»?

  Ortega, en realidad, trataba  de explicar desde la modernidad un arte nuevo que, por su ruptura con el arte romántico, dividía al público en dos: los que lo entendían y los que no lo entendían. La  medida de  entendimiento del arte romántico era el sentimiento que despertaba —la obra no interesa en cuanto tal, sino por el goce narcisista que procura—, y el público así educado sólo entendía aquello con lo que podía identificarse sentimentalmente. Mas en el arte nuevo la obra reclamó la  atención por ella misma, no por lo que representaba, y el público se sintió rechazado. «No la entiende y la  rechaza.»  Cierto que aquí no hubo lugar siquiera  a la discusión, porque a la modernidad, que era  una cultura elitista, de oposición, se la llevó por delante, casi sin que se nos diera tiempo para entenderla, la posmodernidad, que es una cultura vulgar, de acompañamiento, impuesta por un consenso digno de insectos. Se ha dicho que la compensación de la derrota política de la generación de los sesenta es el hedonismo cínico engordado en el «boom» consumista de los ochenta, lo cual que la posmodernidad, atrapada en su propio «kitsch», sería una especie de bufonada ecléctica con dos  obras maestras: la histeria —una exageración de la emoción— y el pastiche.

El gran teórico del pastiche es el teórico de la cultura Fredric Jameson, que llegó al posmodernismo intrigado por la arquitectura. Después de todo, el posmodernismo es una cultura dominada por la lógica espacial, y la arquitectura posmoderna, en su afán de halagar el gusto de un público que no puede tener gusto, consiguió apropiarse del término -y de las obras- antes que las demás artes. Alusiones y retrospectivas son el juego arquitectónico del posmodernismo, donde lo nuevo no consiste sino en el parasitismo lúdico de lo viejo, o lo que Jameson llama pastiche, definido como una parodia inexpresiva, sin impulso satírico, de los estilos del pasado. El pastiche, pues, es el sello posmoderno de la música, de la pintura, de la literatura  y, por supuesto, del cine y de la  arquitectura, o si lo prefieren, del Oscar de Almodóvar y del Cubo de Moneo, por traer a colación los dos  decorados más vistosos del posmodernismo madrileño.

 La cosa es que, así como en la naturaleza la estampa de muchos animales es debida a la  supervivencia por selección sexual de los colores y formas más atractivos para la vista, en la  posmodernidad el diseño de los pastiches también es debido a la supervivencia por selección cultural —la cultura constituye hoy nuestra segunda naturaleza— de los materiales y contenidos más  «sublimes histéricos» para el gusto. Y el caso es que, igual que el Hotel  Bonaventure de Los  Ángeles, tan eficazmente descrito por Jameson, se ha  transformado en el símbolo del posmodemismo universal, el Cubo de Moneo, tan satíricamente expresado en la cabeza del Van Gaal que sacan en Las noticias del guiñol, bien podría transformarse en el símbolo del posmodernismo local, que no se queda sólo en una tendencia artística que se agota en Moneo o Almodóvar, sino que representa un fenómeno social basado en la ostentación desenfrenada y «kitsch» de una clase media —el  pastiche  de las  clases— que celebra como espectáculo el entrecruzamiento, la mezcolanza y el batiburrillo. Todo esto no es ni bueno ni malo, y personalmente la única pregunta que cabe hacerse desde un punto de vista posmoderno es si en esa mezcla de omnipotencia e impotencia que parece el  Cubo de  Moneo habrán dejado sitio para un  bar.

 El gran teórico del pastiche
 es el teórico de la cultura Fredric Jameson,
 que llegó al posmodernismo intrigado
 por la arquitectura.
 Después de todo, el posmodernismo es 
una cultura dominada por la lógica espacial,
 y la arquitectura posmoderna, en su afán
 de halagar el gusto de un público que no puede
 tener gusto, se apropió del término

 Fredric Jameson