Abc
No me gusta (¡no me sienta!) el cambio de hora.
Hay que ser Fandiño para, en un día como ayer, no aprovechar el cambio de hora como pretexto para, con lo que tenía en los corrales, no presentarse en Las Ventas.
Con la hora cambiada (¿a las dos eran las tres o a las tres eran las dos?), leo que el cronista deportivo de un diario de Cádiz llama a Casillas “portero emérito”.
¡La “emeritocracia” en el fútbol!
Porque “emérito” no viene de Émery, el Unai del Sevilla que estando en el Valencia no quiso saber nada de Isco… por gordo.
“Eméritos”, del latín “ex” y “meritus”, eran los legionarios de Roma, los profesores de Universidad, los arzobispos de la Iglesia, y a partir de ahora, los jugadores de fútbol, como Casillas, portero de Ancelotti, y Villa, guaje (y gaje) del marqués de Del Bosque, que ha hecho del Combinado Autonómico una Fundación del Tiempo es Oro.
Villa se retiró del fútbol, pero “la Roja” lo puede llamar para que vuelva a jurar bandera y redondee el centenar de partidos con las águilas de Villar.
Raúl, el tío que al decir de los piperos tapó la puerta a Villa en el Madrid, también está a tiro para “emeritarse” en el Combinado Autonómico hasta que se transforme en Combinado Federal.
El “nihil obstat” deben de darlo Casillas, el “portero emérito”, y Sergio Ramos, el capitán que piensa lo mismo que Pepe, sólo que después.
Pepe, que tiene el don de la observación, se ha fijado en dos cosas para volver a ser titular: una es la dureza de Ancelotti, que muy de mañana los hace subir una cuesta en Valdebebas; y la otra es la simpatía de Ancelotti, que hace que al equipo lo reciban mejor que con Mourinho por esos campos de España, detalle, el del recibimiento, corroborado por Ramos.
¿Cómo obviar los gritos de total rendición, aún calientes, de “¡Íker!”, “¡Íker!”, “¡Íker!” en el Calderón?
Pepe y Ramos son esos “notarios de la actualidad” (García) que dan fe de cómo en el Calderón se pasó de ser antipáticos y ganar los derbis bajo los cánticos de “¡Ese portugués, qué h. p. es!”, a ser simpáticos y perderlos animados por el “¡Íker!”, “¡Íker!”, “¡Íker!”
Y si no gritan “¡Cristiano!”, “¡Cristiano!”, “¡Cristiano!” es porque Cristiano no pone nada de su parte, o, según se mire, lo pone todo de sus partes, incurriendo en la cólera moral de Tebas, que ha resumido la fibra intelectual del fútbol en una frase:
–Si Cristiano se toca los cataplines con desprecio, debe ser sancionado.
¡Cuántos Tebas tronantes hemos conocido todos en el internado de frailes!
Los Tebas de la moral no salen del Partenón, sino del Sinaí, y por eso pasan por alto que dos aficiones futboleras hagan escarnio público de los símbolos de la Nación, pero se visten de Torquemada para palpar los cataplines (decir “cataplines” los retrata, pues como ya lo dejó explicado Hughes, cataplín no es cojón ni es huevo, pero tampoco es gónada ni testículo) de Cristiano.
La moral pelotera de Tebas es de frailón emérito y por eso habla de cataplines, que rima con jolines. Quiero decir que no es Massu, el general francés en Argel que se hizo atar un cable eléctrico en el sexo y conectarse durante tres horas a la corriente.
–Desagradable, pero soportable –fue su impresión.
¿Y el himno, Tebas? ¿Qué pasa si la chusma “desprecia” el himno?
LO DE TITO VILANOVA
Bartomeu fue el directivo culé más escandalizado con lo del dedo de Mourinho en el ojo de Vilanova. “El Madrid tiene un problema con Mourinho, que no tiene seny, etcétera…” Aquel fariseo preside ahora el Barça, cargo desde el que no ha tenido el menor inconveniente para cargar en sede judicial el sobrecoste del fichaje de Neymar en las espaldas del desaparecido Vilanova. Como exclamó Washington, en circunstancias más solemnes y con frase de Tom Paine, “¡ha llegado el momento de las almas viriles!” Y ahí está la del caballero Bartomeu, otro socialdemócrata perfecto, como Tebas. De la nata batida, dice Thomas Bernhard, no sale nada.