domingo, 31 de marzo de 2013

Domingo de Resurrección en Madrid (y Sevilla de regalo)

 El primer día de la nueva hora, al atardecer, los aficionados fueron a la Plaza
 con los perfumes que habían preparado.
Encontraron removida la lona del ruedo y entraron,
 pero no hallaron los cuerpos de los toreros.
Mientras estaban desconcertados a causa de esto, 
se les aparecieron unas voces con megafonías deslumbrantes. 
Como los guiris (ni los demás), llenos de temor, no se atrevían a levantar la vista del ruedo,
 las voces dijeron: "¿Por qué venís a los toros, con la que está cayendo?
 No hay corrida, se ha suspendido."
 
José Ramón Márquez

I
Domingo de Resurrección. Tarde de toros. El otro día iba andando por la calle de Julio César en Sevilla, camino de la taquilla de la Plaza de Toros para comprarme las de Victorino y Miura y me entra un reventa:

-¿Entradas para Resurrección?

-Pues mira, majo, no las quiero ni regaladas.

¿Quién puede querer esa Resurrección tan mortecina de Sevilla, habiendo anunciada en Madrid una corrida de toros? Luego, por los medios, lo sabido. Ningún toro vale. Los aprobados pasan a ser suspensos, los camiones trayendo ganado, éste sí, éste no, en plan margarita, no sé cuantos toros vistos para aprobar cinco de requeterrecuelo más uno, un primillo descarriado. ¿Y a qué tanto lío? Pues a lo de siempre, a Morante, a July y a Manzanares. Dos toreros de posturas y en medio el Pequeñín de Velilla con sus dos sacos de gatos en la barriga. Aquella entrada, ni regalada. Y el triunfo de cualquiera de ellos puesto en el valor que le da el «enemigo» al que se enfrentó para conseguirlo.

II

Estaban anunciados toros de Peñajara, con el cameo como primer sobrero del jabonero de Aurelio Hernando, para Leandro, Sergio Aguilar y Fernando Cruz. Pero Madrid tenía guardada una sorpresa especial para este domingo, y es que a las cinco y cuarto empezó a llover y a estas horas aún no ha escampado.

Entre los asuntos de relatividad taurina que no estudió Fernández Salcedo está el de la percepción de la lluvia en la Plaza de Toros, que explicaría el fenómeno de que a aquellos que nos cobijamos bajo los tejadillos de la andanada siempre nos da la impresión de que cae menos agua de la que les parece que cae a los que se encuentran en el tendido.
 
En cualquier caso, con la que caía, cuando se oyeron unos ruidos como de ultratumba,  provenientes de los altoparlantes, nos maliciamos lo peor. Súbitamente sale una voz de tono metálico y dice:

-Crrrrssss  mmmm tctctctc ...tadores prsprsprs ...minado tststs ...tado del xx ruedo fffrrr tctctctct corrida xxxxx gsgsgsgs ...

Con esos ininteligibles sonidos nos imaginamos, especialmente por lo de «...tado del xx ruedo», que acaban de anunciar la suspensión. Entonces F. dice:

-¡Ya está! ¡Suspendida! ¡Eso es cosa de Leandro!

Informamos amablemente a unos extranjeros que se habían mercado unas birras XXL de que no hay toros y de que si quieren recuperar el importe tienen que bajar a la taquilla. Partimos desde la localidad para casa dando gracias por ahorrarnos los Frenadol de mañana. Días habrá para eso.
En la calle de Alcalá ya está formada la fila enorme para la devolución del importe de las localidades. La fila bajo la lluvia, es disparatada. Un solícito recompra nos entra:

-¡Compro entradas, compro entradas!

Encontramos al aficionado U.:

-Esto de la suspensión es cosa de Leandro. ¡Seguro!

Volvemos al hogar. La plaza en casi cuatro meses está casi como la dejamos en octubre, sucia, sin pintar en las gradas y andanadas, acaso porque la ominosa cubierta del desplome las ocultaba a la vista, llena de escombros, de restos de obra abandonados por aquí y por allá, con esa megafonía de los años veinte, con esa fila de gentes embutidas en plásticos para recuperar el importe de las entradas bajo la lluvia, sin la más mínima facilidad, personas que han venido de lejos, turistas, seguidores pucelanos de Leandro, personas que o devuelven la entrada en el momento o pierden el importe desembolsado, por más que en cartel anuncie que se pueden devolver hasta el próximo jueves. Todo es deprimente, la verdad.
Recordamos la Plaza de Toros de Sevilla, inmaculada, como recién acabada de hacer por dentro y por fuera, y vuela nuestra mente hacia el dilecto Abella, conocido por todos sus devotos como Abeya. Le imaginamos en el autobús de la kermesse famosa, visitando la finca de Victorino para ver a Talavante tentar un par de vacas, para almorzarse unas suculentas alubias, rodeado de formadores de opinión, acaso pensando que con él no va la cosa, que él tiene los deberes hechos porque ya tiene cerrada la Beneficencia o porque gracias a la visita de la Peste Olímpica a Las Ventas, ha sustituido la Bandera, que tenía un roto, por una nueva. Vuela nuestra mente hacia esos guadianescos Ojos de Abeya,  que saben mirar sin ver.

III

La cosa es que nos hemos quedado sin toros. Y que seguimos dando gracias a Dios porque este espectáculo, en Madrid, no se celebre si el tiempo se empeña en impedirlo.

Aspecto de la Primera Plaza del Mundo en el Domingo de Resurrección

 (Pintores trabajando en la Plaza de Sevilla en esta Semana Santa)

Las Ventas del Espíritu Santo bajo la dirección del barcelonés Abella
Domingo de Resurrección
Gran exposición de contenedores, palés, carretillas y escombros

El albero abellano
Los jerarcas de la Primera Plaza del Mundo están tan ocupados en preparar la gesta de su Gallito
 en el tradicional sábado de rejones durante el puente de San Isidro
 que tienen el edificio que parece Valdemingómez

Pusieron una cubierta a imitación (y son sus palabras) de
 la cúpula de San Pedro en Roma y se les cayó
Ahora están con el juego de la teja, porque desde octubre
 no han tenido tiempo de arreglar la gotera

La teja es azul, como el libro de Rubén y la paloma de Bernabéu
Aquí no trabaja ni el talocha, con Abella en la finca de Victorino,
 donde Talavante ha tenido un sueño a lo Kennedy
Kennedy se propuso llevar a un hombre a la Luna
Talavante se propone llevar a su pueblo a Las Ventas

Reproducción venteña del taller de Michelangelo Buonarroti,
 autor intelectual de la cúpula petrina con que los hombres de Abella
 intentaron coronar la Primera Plaz del Mundo
Obsérvese que la pintura de la teja es la misma que la del bidón
Dicen que Dragón explicará todo el proceso a los turistas
 durante la Feria de San Isidro

Las lonas que cubren los escombros más delicados son
 de la época renacentista (de ahí su aspecto) y provienen
 de la obra vaticana de Buonarroti

El cartel prometido en tipografía azul teja abellana

La gabardina de Colombo

La cola guiri para comprar los boletos

El ficus-camouflage (muy vietcom) de Abella
 para tapar la mugre del cristal protector de la papela de Abella
El ficus destila una sustancia pegajosa como las tiras antimoscas
 de los bares de pueblo

Más tejas
¿A quién pensarán tirárselas?

La papela de Abella en su salsa, que es el churre

Trampantojo abellano del ruedo

Sanedrín de la Andanada del 9

La lona azul, como la teja de Abella, el libro de Rubén
 y la paloma de Bernabéu

Almohadillas de protesta,
 no por la suspensión de la corrida,
 sino por la megafonía (montada para Madrid 2020)
 empleada para anunciarla

La cola de la devolución
Lo mismos guiris media hora más tarde

 Esta pobre gente se fue a su país convencida de que los toros de Abella
 son el espectáculo que sólo puede darse en España

(De vuelta a casa...)
Para redondear la broma

Recuento de Semana Santa

 Antepenúltima luna de marzo

 La espiga anunciadora

 El estallido de la primavera

 La muleta de las ranas

El Último Perro Paco

 Atardecida chinchonesa

 Celosía

 Quince grados

Perropaqueo

Luna de Viernes Santo

Chinchón 
Mujeres de la Pasión

 Sábado Santo en Chinchón

 Llegada del Cristo

 Caída del Cristo

Roma en Chinchón

 El Crucificado

 La Sábana Santa

 Despedida

 Cierre

Luna de Gloria

“Cagancho” o la ley de la frontalidad

Horus

Víctor de la Serna

Cacho era un mozo del almacén de mi abuelo. El almacén de mi abuelo era uno de aquellos almacenes clásicos de Santander, pueblo colonial. Todavía lo gobierna hoy, en el mismo sitio, en la calle Méndez Núñez, uno de los hombres más inteligentes y sensibles de Santander: Joaquín González Domenech. Cacho ha muerto ya, hace muchos años. Lo mató un carro donde Cacho tenía que morir, porque allí había vivido toda su vida: en el Muelle. Cacho era un hombre ya viejo, muy sordo, cuando yo lo conocí. Venía yo con mi madre a Santander, desde la aldea, y uno de nuestros puntos de recalada fija era la casa de D. Cándido González, el socio de mi abuelo. Recuerdo aún con emoción que Cacho, con aquella pura lealtad que guardaba para sus amos de cuarenta años, me hizo unas caricias pegajosas, que yo, un poco huraño y cerril, rechazaba. Y recuerdo que Cacho me dio una peseta en perras gordas.

En la esquina de la calle de Méndez Núñez había un ciego que tocaba el acordeón y era gran amigo de Cacho, con quien pegaba la hebra frecuentemente. Cacho era una autoridad para el músico. Una vez pasaban por allí unos gitanos, y Cacho hizo un comentario, al que siguió esta breve conversación:
    
-Oye, amigo Cacho: tú que lo sabes todo, porque andas siempre con señores, ¿de dónde son los gitanos?
    
-¡Mira éste! Pues, ¿de dónde van a ser? ¡De Egipto!

Pues bien; esta simplísima deducción del pobre Cacho no parece tan disparatada. Al contrario.
Hasta ahora, los etnólogos no parece que se han puesto de acuerdo sobre el origen de los gitanos. Desde luego, no se trata de gentes europeas y jaféticas, sino de gentes semíticas. Con el término gitano se ha llegado a confundir a todos los pueblos erráticos y vagabundos que cruzan los caminos del mundo en tribus y que acampan a veces durante siglos en barrios extremos de grandes ciudades del mediodía de Europa. Y así se ha llegado a llamar gitanos a los bohemios, a los zíngaros, a los caucásicos, a algunos pueblos rumanos que emigran. Pero los gitanos auténticos parece que son una familia especial dentro de estos pueblos lunáticos, y que, desde luego, los gitanos españoles forman una especie de aristocracia espiritual entre ellos.

No hay para qué sacar a colación lo que el arte popular, singularmente el arte lírico español, debe a los gitanos. Desde las filigranas de la “Preciosillla”, de Cervantes, hasta las de Pastora Imperio, tres siglos de la historia lírica y coreográfica de España están llenos de nombres de gitanas bailaoras y cantaoras. El arte de los toros también ha tenido entre los gitanos “ilustres” cultivadores.
Yo no sé si los gitanos, efectivamente, como decía Cacho, proceden de Egipto. Pero, viendo a Cagancho, empieza uno a sentir serias preocupaciones. Cagancho es un egipcio casi puro. Cagancho es un relieve de Tebas, una figura arrancada del palacio de Karnac. Yo quisiera poder  publicar, ilustrando esta “viñeta”, una fotografía del perfil de Cagancho, con los hombros en un mismo plano, los pies ligeramente separados, pero plantados, los dos pegados al suelo, los brazos sueltos sin esfuerzo, y, al lado, la reproducción de la cabeza de Amenofis IV, esa romántica cabeza del abuelo de Tut-ank-Hamon, y la de un relieve de un palacio egipcio de la Cuarta Dinastía. El parecido sería pasmoso.

Cagancho, al torear, guarda en su línea la milenaria ley de la frontalidad, en virtud de la cual los egipcios representaban siempre la figura humana con la cabeza y los pies de perfil y los ojos y el busto de frente.

Al cabo de los millares de años, este relieve egipcio viviente viene quizá a enseñarnos que la famosa ley no era una aberración de la perspectiva, no era una infantil manera de figurar la dimensiones del cuerpo humano, sino una portentosa síntesis, una admirable estilización de los movimientos de una raza elegante y aristocrática que había ennoblecido el barro deleznable de la carne con el ritmo de los movimientos.

Cagancho es una lección de etnografía, una lección de arte y de historia. No es un torero a secas. Es un gitano que torea, y al torear revive en su figura ágil unos movimientos seculares de una raza fina de reyes, que hace milenios cazaba leones en el desierto de Libia, y hoy, depauperada y en el destierro, mata toros en los ruedos españoles.

Cagancho, nieto de faraones, es la ley de la frontalidad delante de los toros ibéricos. Estos toros que nuestros abuelos remotos fundían toscamente en los bronces de Costig, mientras en las márgenes del Nilo se llegaba a un grado de sensibilidad artística insuperable.

Quizá el pobre Cacho tenía una inspiración misteriosa cuando, hace treinta años, contestaba, en la esquina de la calle de Méndez Núñez, al ciego del acordeón.
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*Entre 1927 y 1929, Victor de la Serna creó y dirigió en Santander el diario El Faro, donde apareció este texto
J. R. M.
Cagancho

sábado, 30 de marzo de 2013

Las fuerzas de progreso, con Corea

Corea en Bilbao
 @agarzon
De ahora en adelante veremos un claro maniqueismo
 en algo tan profundo y complejo como es la geopolítica.
 Yo no voy a jugar a eso

Toñín el Torero


Toñín el Torero, natural de Piedrabuena y amigo de nuestros amigos Emilio y Paco

@hughes_hu 
 La mención de ayer de jabois (¡Japois!) 
me ha hecho recordar el textillo que dediqué a Toñín

30 de septiembre de 2011

Hughes

Gracias a twitter he redescubierto a Toñín el Torero. A este personaje lo tenía yo por un freak del madridismo. El alter ego de Tomás Roncero que aparecía en la primera fila del estadio con su capote y su montera. Uno de los cofrades del clavo ardiendo. Participante seguro en las ouijas que tratan de hablar con Juanito a ver si el hombre, en su ganado más allá, nos arregla cada eliminatoria. Me irritaba el personaje, pese a su madridismo, porque en él veía yo un triunfo del antimadridismo: perpetuarnos en el estetreotipo por ellos fabricado. Hay una vieja estrategia que pasa por identificar al Madrid con ciertas cosas. En la TV3 los madridistas eran siempre señores como los que salen en Callejeros. En Cuatro aún se percibe algo así cuando realizan las entrevistas a pie de estadio. No sé cómo lo hacen pero siempre sacan al peñista bruto, a ese que Mas diría que no se le entiende. Toñín era, no nos engañemos, una ridiculización del madridista a la que el propio madridismo se entregaba. Era como ese señor del Barça de antes, vestido de pitufo o como el Señor Ventura y la trompetita. O como el diablo rossonero. La mascota, pero una mascota hiriente y muy tópica, muy lejos del universalismo florentiniano del que soy devoto.

Bar El Cono, Monesterio, Badajoz
Madridismo de bar
J.R.M.

De mi error me ha sacado twitter. Toñín, o Don Antonio, es un madridista enfermizo, radical, absurdo, como yo. Forma parte del universo ronceril, pero eso no es malo. El Madrid estaba secuestrado por el Txistu y otros restaurantes madrileños. Roncero ha retratado en sus columnas, llenas de ritmo, al madridismo peñista, que bien conozco. El madridismo de planta baja, de pueblo, de autobús, de bocadillo y copazo y Toñín, o don Antonio, nos recuerda el madridismo de bar. Él, dueño de un bar llamado Palatoñín, creo que por Vallecas, nos recuerda que los bares son las segundas peñas, el segundo peñismo. Nada más hermoso que entrar en un bar de España y ver al fondo el escudo, a menudo gastado, del Madrid y un poster del As con una alineación de cuando Maceda. Eso es madridismo. Madridismo duro en los bares, que es donde se vive el fútbol en España.

Toñín va más allá del peñismo, Toñín es madridismo de bar de barrio. Lejos de los festines del Txistu, lejos del canapé exquisito del palco, lejos del copazo con jamona de los vips, lejos del ya prohibido De María, vetado, imagino por el mourinhismo, Toñín rebasa también el mundo de las peñas. Él es la libertad del madridismo de barra. Su bar y el bar de Fran son los bares de España, donde vuela mi imaginación.

Roncero ha tenido un gran mérito en llevar consigo su personaje y en crearse un mundillo reconocible. En sus columnas recuerdo yo guiños, saludos y homenajes a todos esos madridistas ronceriles de los barrios y pueblos de España. Roncero, quizás excesivamente, les ha dado voz, figura, y los ha retratado y los ha adjetivado ya: el roncerismo, es, queramos o no, ese madridismo que prefiero no describir, pero que todos conocemos.

Pero Toñín es más que eso, él es ahora mismo un creador de himnos y un aglutinador. Hoy su twitter despedía un grito redondo, perfecto, coreable: ‘UEFA puta’, así, sin comas ni ambages. Toñín, herido, daba voz al madridismo ‘denigrado’ por Platini. No se puede decir más claramente y sería un hito cantarlo en el estadio. Nadie ha cantado jamás eso, nadie ha denunciado tan claramente la corrupción en el fútbol. Mou se sentirá respaldado. Nadie ha tratado nunca a la UEFA como a una puta. Eso sólo lo puede hacer el Madrid. El Torero está, ahora mismo, para liderar la barra brava que no tenemos.

Su otra aportación ha sido renovar el ‘Hala Madrid’ que ya casi nadie dice. Antes, el testigo presidencial se trasmitía con ese saludo. Había algo deliciosamente faccioso en ello y Florentino, con su centrismo, lo retiró. Toñín lo ha recuperado y le ha dado un dramatismo nuevo, lo ha vuelto a hacer vibrante, un patetismo heroico, hermoso y mourinhista: ‘Hala Madrid hasta el morir’, fundiendo nuestra condición humana a nuestra condición madridista, haciéndola una, porque twitter me ha enseñado que este hombre tiene, tras su aspecto algo cómico, un radicalismo, una extremosidad de ultra. El Torero tiene cosas de ultra y eso es lo que una vez pedimos: recuperar el sentimiento ultra sin politiqueos ni violencias, hacer nuestro, mejorado y sin ironías, al Enrique de Los Nikis.

 El petiminí de Marías

Hala Madrid hasta el morir. Un madridismo existencial, profundo, vindicativo, radical y extremo, hasta las extremidades últimas. Nadie ha captado mejor ese madridismo, que es el mío, mi madridismo, que Toñín. Desde luego, ese madridismo es más madridismo mío que el madridismo de pitiminí de Marías, con su anglovaldanismo blando y condescendiente.

La aceptación de Toñín nos va a obligar a reconciliarnos con el raulismo porque él ha recuperado como parte de su caracterización los útiles taurinos que Raúl trajo al madridismo. Queramos o no, en el aficionado han quedado grabados esos pases que pegaba el siete cuando las victorias. Toñín, taurino, tragicómico, parece un espontáneo a punto de saltar al ruedo. No es el ultra, el ochaíta a punto de dar el coscorrón al contrario, sino el torerillo que pide la oportunidad ante el toro, pero que no salta nunca, el torero siempre en el instante del salto. Toñín, en su primera fila, ya no es el ultra que grita, es el torero a punto de saltar al ruedo, a jugarse el tipo. Toñín, con su performance dominical, es el ultra caracterizado que ha convertido en tipo de carnaval el madridismo de calle. El madridista de tópico que se ha rebelado y ha cogido su cliché y se ha adueñado de él.

Torero que siempre está por desmonterarse y parece que aguarda al final para brindarle su toro imaginario al mejor madridista del partido.

Espontáneo de no sé qué ruedo, agarrado a su capote, ve los partidos mordiéndolo, en el burladero de la grada, porque vive el fútbol como cosa de vida o muerte.

Espera el año entero, Toñín, a que el equipo vaya a Cibeles y él pueda saltar al centro del estadio para torear frenéticamente, como Raúl, su ídolo, ese toro que lleva en la cabeza, la faena perfecta que llevan en la cabeza los madridistas. Cómo embestirá ese toro, con qué dulzura de corrida afeitada, me pregunto yo cuando pienso en ello.

Deberíamos procesionar los madridistas más locos a ese bar, como procesionan los del cuore al bar de Fran, a conocer el secreto último del madridismo de palillo y formar parte todos del universo solanesco y ronceriano de esta pasión que hemos convertido entre todos en la mayor y más libre chaladura de la España actual.

Hala Madrid hasta el morir.


Curro corta la coleta a Juanito