Blog de la vida privada ("Humanismo es telecomunicación fundadora de amistades que se realiza en el medio del lenguaje escrito." Peter Sloterdijk)
miércoles, 30 de noviembre de 2011
Totus noos
La crónica regia habla siempre de la dificultad de ser Borbón, pero lo difícil es ser consorte. Ser nuera o ser cuñado en el patio de vecinos de España. Urdangarín fue la salida no castiza que eligió la Infanta Cristina, un príncipe eusquérico que al principio nos acomplejaba un poco por la vocálica opulencia de su apellido, que luego nos empezaría a sonar taimado y oriental. Doña Cristina se enamoró terneramente e Iñaki, quizás en silenciosa y natural competición de cuñados, daba descendencia rubia a los Borbones mientras Marichalar enamoraba a los heterodoxos. De Urdangarín no hablaba nadie, salvo Pilar Eyre en sus crónicas egipcias, que son un flash breve del fotocol discreto de lo barcelonés.
Pero Iñaki, no nos lo neguemos, no queramos ser más tontos de lo que ya somos, no fue jamás yerno de España, Iñaki fue el maromo articulado de doña Cristina, con el que hacía de rabiar a su hermana, la del mohín congelado en el rostro. Urdangarín, por de pronto, jugaba al balonmano, que es un deporte ambiguo y sospechoso, porque prohíbe el estímulo atávico de la patada y el aéreo y elevador del baloncesto, que va como de arrancar lunas. Tan raro es el balonmano que siendo deporte de equipo aún no sabemos bien si es masculino o femenino. Es un deporte, digamos, indefinido. Urdangarín jugaba al balonmano y entre zurriagazo y zurriagazo maquinaba y ya era un rubio encanecido, como si a la idealidad apolínea le salieran asomos de cavilaciones excesivas o de envejecimientos inexplicables.
Tras colgar la muñequera, Urdangarín siguió en la cosa del deporte, en el olimpismo, que ahora mismo es como meterse en una masonería. Tras la dieta del deportista, la dieta a justificar del olimpismo, en el montecarlo de los federativos. Fundó una empresa, Noos, que -todo ello según la prensa- se habría dedicado a la falsificación de facturas, entre otros menesteres de la consultoría, como adaptando el totus tuus papal al legítimo prurito del conseguidor: totus noos. Este tinglado se ve que también falsificaba actas de organismos públicos que concedían la organización de fantasmales eventos deportivos, porque el deporte es como la bomba de humo del manilargo moderno.
Y piensa uno que más que la supuesta traición a lo Borbón, o al Barón de Coubertin, que ya se debe haber retorcido en su tumba más que un concursante del viejo tocata, lo que duele en lo de Urdanga es el manipuleo de la factura, que no es de primeras algo en que nos imginemos a alguien en palacio, pero es que la factura, don Iñaki, es cosa seria. La factura es lo único que le queda al español, es aquello a lo que se agarra, porque ahora no hay dinero, sólo tenemos facturas. Apretón entre manos, pacto civil, literatura realista y menestral, la factura ahora tiene resonancia milagrosa de billete de lotería y el español les reza y las observa como estampitas porque ¡ay lo que valdrán esas facturas cuando la Merkel afloje la mosca! Las facturas son lo que recibimos por correo cuando se acaban las cartas de amor y las reconocemos con grandeza adulta: hecho está, bienvenida sea la factura, con su geometría sencilla y su ordenada numeración. Las hojas del mundo moderno son las facturas, el diario del hombre corriente y no está bien lo de falsificarlo, es una pequeña canallada, la verdad.
Vamos por la vida aceptando facturas con serenidad, si acaso con algún suspiro, como desengaños, y las emitimos con justicia y con los labios apretados.
Habrán falsificado las facturas, pero consolémonos pensando que no tendrán su presentimiento, el papel de pétalo de los albaranes, esa cosa arábiga, volandera, casi traslúcida, que es como el manuscrito del poeta facturero en trance, con su garabato a lápiz.
Canallada suma al fontanero, escarnio de la pyme, cualquier cosa nos valiera, Urdanga, en este instante, menos faltarle el respeto a la factura, venirnos con la fantasía sin cuento de la factura inventada.
Todo esto dicho, claro, con la salvedad algo injusta, gacetera y prejuiciosa de lo presunto.
Los Objetos Impares
29 de Noviembre
Lotte Lenya († 27.11.1981), mujer y musa de Kurt Weill
Sólo cincuenta años, dos meses y un día de existencia le estaban reservados en la contabilidad de la providencia a uno de los más grandes músicos de nuestro tiempo, Kurt Weill, un judío alemán nacido en Dessau el 2 de febrero de 1900 y muerto en Nueva York el 3 de abril de 1950.
Weill es el autor de algunas de las melodías más pegajosas y universales que se recuerdan. Recordemos nada más la “Balada de Mackie Messer”, que inaugura La ópera de los tres centavos y que fue la inspiración muy posterior de Pedro Navaja, el héroe de la canción de Rubén Blades: bastaría con ella para asegurarle a Kurt Weill un puesto en el Olimpo de la Música.
Pero es que aparte de esa balada podríamos recordar la “Canción de Alabama”, de la ópera Grandeza y decadencia (o Ascensión y caída) de la ciudad de Mahagonny, asimismo con texto de Bertolt Brecht, a quien también se debe el libreto del ballet con canciones Los siete pecados capitales, otra de las obras maestras de Kurt Weill. Y podríamos recordar, además… Pero dejemos ese capítulo a los expertos en música.
De quien quiero contar aquí y ahora es del Kurt Weill que fue marido de Lotte Lenya, figura emblemática de la escena alemana, del kabarett alemán, con quien Weill compartió 26 años de vida, 24 de ellos en un feliz matrimonio del que dan testimonio las 393 cartas que se intercambiaron los esposos (o por lo menos las 393 que se conservan). Las publicó hace años la editorial alemana Kippenheuer&Witsch –la de Heinrich Böll y Gabriel García Márquez–, en un volumen precioso que es una de las joyas de mi biblioteca y que ojalá encuentre algún día su camino en el mundo del libro en lengua castellana...
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Princesas
Abc
La calle es un bar.
En el bar, los atléticos, que esperaban llevarse ocho del Bernabéu, no saben fingir bien una modestia de buen gusto, y se encuentran tan contentos por haberse llevado sólo cuatro que, con los madridistas, en vez de discutir de fútbol, discuten de monarquía/república.
–¿Has visto la foto de la princesa?
Este desasosiego por la flacura de la princesa revela que acertaba Pemán cuando decía que hay dos cosas que les gustan a casi todos los hombres y que casi ninguno confiesa: las mujeres gordas y la ópera italiana.
Aquella discusión alcanzó en Inglaterra una belleza teológica, con Robert Filmer haciendo de Jaime Peñafiel y con John Locke haciendo de Carmen Rigalt, aunque Locke nunca tiró del “Que se jodan”, cancioncilla de la soldadesca de la Segunda Guerra Mundial con la melodía de “Bless’em all”.
–Nuestra República murió de falta de republicanos –explicaría Madariaga–, porque “res-publica” quiere decir cosa pública, o sea, objetividad.
¿Objetividad?
La generación mejor preparada de la Historia de España, que tiene que quemar en la bicicleta la energía que no puede quemar en un trabajo, reduce la amena controversia a un bizarro ser republicano como se es del Atleti o a un castizo ser monárquico como se es del Madrid, que algo de eso hay, si miramos los trofeos.
Franco, con el que el socialismo muerto busca inmortalizarse en un final de Roger Corman, concedió que “en España hay no pocas muchachas que sin ser personas reales merecen un trono”, pero Sabina, el Walt Whitman de Úbeda, contestó que las niñas no quieren ser princesas.
(...)
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Proceso de beatificación de Marta Obregón, estudiante de Periodismo
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Se están coronando
Corríjanme si me equivoco, pero la situación política de España a fecha de este miércoles se resume en un socialismo sin votantes pero todavía en el Gobierno; un ganador popular de las elecciones tan desaparecido que han de alimentarlo, sospechamos, pasando rodajas de salami bajo la puerta de su claustral despacho; un dictador difunto al que los que dicen haberlo combatido cuando vivía se empeñan en no dejarle que se muera del todo; y una Monarquía cuya cabeza más visible prolonga su ocultamiento tras gafas oscuras –¿marca Rey-Ban?, se preguntan en Twitter–, quizá para disimular el estrabismo que le provocan de una parte los ceses de la convivencia y de otra los idilios con las comisiones –presuntamente, por supuesto– de un yerno al que ya llaman el Duque de Palma... Arena. Claro que a la traslúcida Letizia no la vería aunque se quitara las gafas...
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El Tripartito que acabará con los toros en Madrid
y otro tripartito podría acabar con los toros en Madrid
Entre las temporadas de 1843 y 1846 la Plaza de Toros de Madrid estuvo dirigida por un equipo de siete personas, los señores D. Eusebio Caramanzana, D. Antonio Palacios, D. Ildefonso de Salaya, D. Mauricio Rosendo, D. Miguel Zainos, D. Julián Javier y D. Matías de Angulo. Entre 1860 y 1863, la Plaza la gestionó D. Manuel Casalvilla junto con ocho socios.
Hasta 1823 la Junta de Hospitales, su propietaria, había administrado la Plaza pero, en una medida de lo más contemporánea, se decidió que lo que había que hacer para quitarse problemas de encima era lo que hoy llamaríamos externalizar la gestión de la Plaza a cambio de un canon. Aunque hubo épocas como la de 1830 a 1834 y alguna otra en que la Real Junta de Hospitales tuvo que volver a hacerse cargo de la gestión directa del coso por falta de licitadores, lo cierto es que la iniciativa privada es la que ha marcado en Madrid de forma definitiva el devenir de la historia del toreo.
Claro es que los inversionistas que en el XIX tomaban en arriendo la Plaza de Toros no tenían más interés en el coso que el que tendría el dueño de un teatro: vender entradas para ganar dinero y tratar de que el público saliese satisfecho. En aquella época de Señores, para los ganaderos existía aún el honor de la divisa; en aquella época de hombres, para los toreros existía el honor de la coleta. Entonces a nadie se le podía ocurrir que hubiese apoderados ni exclusivistas ni mucho menos personas que al mismo tiempo tuviesen divididos sus intereses entre varios toreros, varias ganaderías y varias plazas, cada mochuelo estaba entonces en su olivo.
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El asunto de Madrid tiene un problema y tres variantes. El problema es el propio pliego, un engendro urdido por el infumable Abella, a quien sus conocidos conocen como Abeya. No es fácil hacer un pliego de prescripciones y el de Abeya lo demuestra. Si el fin que se perseguía era un ‘beauty contest’ entre los licitadores, como el que sirvió para que se despedazasen las telefónicas europeas entre ellas cuando la fiebre del oro del UMTS, debería saber Abeya que las compañías aprendieron la lección, y que las compañías se entienden mucho mejor entre ellas que con el regulador.
La primera variante viene de los propios licitadores. Cada uno tiene sus cuitas: los Choperita son un padre, a quien tantas veces se ha tachado, como a Rajoy, de no ser un trabajador tenaz y ejemplar, y un hijo con las carencias de tantos hijos de grandes hombres. Simón Casas viene tocado del ala de su gestión en Valencia. Se dice que ha pringado un montón de dinero y que necesita de Madrid como el aire para sanear sus números. Toño Matilla lleva en la sombra dirigiendo Madrid desde hace un par de años, las cosas le van bien, pero no quiere el desgaste de estar dando la cara en una plaza tan enrevesada como Madrid. Se mueve mejor en las covachuelas.
La segunda variante es la televisión. La situación del Canal + o como se llame el engendro donde trabaja Molés no es como para tirar cohetes y, por lo visto, pagan mediante pagarés. Dan compromisos de deuda a quien lo que necesita es dinero contante. La televisión es un espejismo, no es el Rey Midas.
La tercera variante son los políticos. El Chino González no quiere un lío con Simón Casas montando una querella, como suele, si no le adjudican a él y, además, hay algo sobre la contratación multimillonaria de José Tomás en el año de su Segunda Venida, que al parecer es un tema que aún no está todo lo cerrado que debería.
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Ante esta situación, con el beneplácito de los políticos, se puede decir que la única solución que dejan es la que se ha dado, obligándoles a entenderse, a buscar una solución de compromiso: Choperitas father and son clavan el palo, Matilla arma el sombrajo y Casas se mete a gatas a buscar algo de sombra. No hay más.
Bueno, queda un extraño y molesto especimen de nulo interés en este cuento que se llama el aficionado, al que se relega, de nuevo, a la obligación de pasar por taquilla y aceptar las invenciones del triunvirato, por lo que la perspectiva de temporada que se abre ante los ojos del sufrido espectador es, simplemente, horrible.
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Un gran empresario llamado Manolo Chopera se inventó la Feria de San Isidro de ganar dinero, no la de D. Livinio. Tomó la Plaza con 4.000 abonados y la soltó con 19.000 (más o menos, que no voy a buscar ahora el dato). Entonces le tildaron de que traía a Madrid búfalos, bisontes, mastodontes, pero ahí están las ganaderías que trajo desde El Puerto de San Lorenzo, cuando eso era de verdad, hasta Murteira Grave, desde los Victorinos de pavor a los Miuras de leyenda. Y el 7, entonces: “¡Fueraaaaa Chopeeeeraaaa!” En el pecado llevaban la penitencia, porque con esta banda de los tres que planea sobre nuestras cabezas, por no tener, no tienen ni rima que echarse a la boca. Hasta en eso era bueno el gran Chopera de cuya obra viven como sanguijuelas todos los que han dirigido la Plaza Monumental de Las Ventas desde entonces, sin haber aportado absolutamente nada sobre la obra que dejó hecha el gran empresario vasco.
A estas alturas, lo único excitante que nos va quedando es apostar por cuánto tiempo se puede seguir ordeñando la vaca de Las Ventas hasta que caiga exhausta.
Tratamiento y equipos (al hilo del sobrino de Chaves)
El cumplimiento de condena a la carta del sobrino del “compañero” Chaves escandaliza más por la evidencia de que España no va a librarse nunca de los privilegios para ciertos señoritos que por la gravedad del comportamiento de la Justicia, delegando en una especie de círculo masónico la concesión de la libertad al preso. Es mucho más preocupante lo segundo que el mal ejemplo del primero.
Los delincuentes con varios trienios en su currículum tienen muy claro que el problema no es la condena que le llega del Juzgado. Los delincuentes acostumbrados a entrar y salir “del talego” saben que su primer objetivo es “camelar a las Juntas de Tratamiento”, pues lo de redimir, en contra de lo que cree la mayoría de los españoles, ya no existe. Con el nuevo Código se deja en manos de los Equipos de Tratamiento la valoración en la evolución del interno, y si el Equipo cree que el condenado como autor de un atraco a 5 años y 6 meses de cárcel está para salir en 3er. grado al cumplir dos años, pues lo propone y el Juez acepta la progresión sin pegas. Ese mismo Equipo puede denegar, no ya el 3er. Grado, sino el primer permiso, al cómplice condenado a dos años y medio menos. Es decir, a 3 años. El comportamiento en prisión puede ser mejor que el del Jefe de la banda, pero por la sencilla razón de “...que tiene algo que no nos gusta y además habla poco” puede que el que esperaba en un coche a la salida del pueblo, esté sin “pisar calle” más de dos años y medio, por una condena de tres. Este disparate es el pan nuestro de cada día en las cárceles, y ejemplos hay a centenares, de los que iremos dando cuenta, conforme nos los vaya contando el amigo carcelero.
El juez propone y los Equipos disponen.
¿Qué es un Equipo de Tratamiento? Los de voz cantante suelen ser un jurista (un licenciado en Derecho que aprueba una oposición; no piensen en un excelso conocedor de las leyes), y un psicólogo que casi siempre es de sexo femenino. A estos se les suma un asistente social, el Director del Centro que en el siglo suele ser una Directora y por lo general psicóloga, y un educador. Las sensaciones que tiene el psicólogo cuando entrevista individualmente a cada recluso son las que decidirán la mayor o menor tardanza en alcanzar la semilibertad, y es cosa que se acuerda tras unas deliberaciones que tienen el carácter de secreto, explicándose una denegación de permiso con el encabezamiento de “...la Junta ha considerado y decidido...”, en un idioma entre vaticano y de brujos chiricagüas.
No es cosa de extenderme en los desequilibrios que muestran muchos licenciados en psicología, pero no parece de sentido común que se den por legales ciertas decisiones que llaman la atención solamente cuando conciernen a un condenado de cierta fama, sin tener en cuenta que todos los días en las cárceles españoles se cometen disparates que nunca serán reparados por la justicia... que por lógica es competencia judicial.
El sobrino de Manuel Chaves es grato a los ojos de los miembros de un equipo de tratamiento. Diego, un robagallinas archipobre y sin instrucción, no es grato “..porque no se le entiende lo que dice”.
-¿No ve usted que Diego tiene menos pena?
Ahí, la pizpireta psicóloga apuntará:
-Los que no saben ver son ustedes. El Tratamiento ha de ser individualizado, como dice el Reglamento, y los presos no son ovejas ni vacas.
Miércoles, 30 de noviembre
-Había llegado yo al aeropuerto, donde iba a tomar un avión que me iba a llevar a Yucatán, pues se celebraba un encuentro de intelectuales de toda América. Eso fue a principios de los sesenta. Y allí se dice que se gestó, con la presencia de Carlos Fuentes, la idea del boom. Pues bien, llego yo al aeropuerto y entonces veo a un hombre, ¿verdad?, de pequeña estatura, muy magro, que se acerca y me dice: "Te voy a ayudar a llevar tu equipaje. Toma mi maleta, que es más pequeña". Yo le dije: "Pero señor, por favor, ¿cómo va usted a hacer eso?" Pero él fue enérgico: "Ten". Y me dio su maleta, al tiempo que tomaba mi equipaje y avanzaba... Yo iba corriendo detrás de ese personaje al que no conocía. Los dos estábamos yendo a Yucatán. Ya en el avión, le pregunté: "¿Pues y usted qué es?" Y él me respondió: "Yo escribía. Soy Juan Rulfo." Me quedé muy sorprendido. A partir de entonces, fuimos amigos inseparables.
JOSÉ LUIS CUEVAS
Ignacio Ruiz Quintano
martes, 29 de noviembre de 2011
Lo de Urdangarín
Click
Pan
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En política, España es una abstracción, pero con vistas al cajón del pan.
Me gusta lo que de Mourinho muestra Rajoy: no dar su brazo a torcer, tener a los tertulianos a pan duro… Pasamos de no comer pan, que engordaba, a no comer más que pan, y en Madrid se inauguran panaderías (¡de lujo!) como antes delegaciones de Hacienda.
En la calle, España es una princesa que come poco y cinco millones de parados que pronto podrían no comer nada, mientras Barcelona y Madrid se pegan por las estrellas Michelín al arte de cocinar.
–Soy un artista –dijo un día, en Nueva York, un cocinero a unos matrimonios de intelectuales españoles a la mesa.
Le cayó la del pulpo. Lo primero que pensaron tanto los maridos como las señoras fue (y transcribo): “¿Usted sabe la cantidad de talento real que emana de las cabezas de esta mesa?”
Azaña (“poeta dentro de un sapo”), que vuelve al Congreso apadrinado por Bono y Llamazares, soñó que el Rey le decía que quería hacer algo grande por España, pero él no le creía. “¿Por qué?” “Porque no es usted artista”.
Sin ser artista no se puede ser hombre de Estado como Guerra, a quien el hambre aguza el ingenio y, pensando en un líder para la izquierda, dice, de pronto, cosas lúcidas: “Ni jovencitos al poder ni mujeres primero: hay que buscar a los mejores”. Y entonces un tuitero apunta a Ramoncín, que podría ser el Claudio que huele a pollo frito tras de la cortina.
Llegan las comidas de Navidad y en los restaurantes de Madrid nos esperan como los cocodrilos a los ñus en las charcas del Kalahari.
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El candidato mexicano de la izquierda es de Ampuero
En Desde SDR
Martes, 29 de noviembre
-Al salir del Plaza y continuar mi camino en la esquina de la calle 59 con la Quinta Avenida, vi de pronto a un personaje montado a caballo, galopando en dirección uptown, parándose a distribuir circulares a los transeúntes. Cuando se acercaba, vi que el jinete estaba vestido con traje de luces, la cabeza cubierta por una montera que a los norteamericanos legos en tales cuestiones podía muy bien parecer Mickey Mouse hat... Resultó que lo que se anunciaba era una corrida de toros que se iba a celebrar en una enorme plataforma anclada a varios kilómetros de la costa y que el coste del billete incluía el transporte por transbordador. El caballero anunciador me dijo en un español con fuerte acento mexicano que él era uno de los matadores y que la corrida sería de novillos sin picadores. La idea era burlar la legislación del Estado de Nueva York y celebrar la corrida en tierra de nadie, o más bien en aguas de nadie...
LEYENDO A BAROJA / ANTONIO REGALADO
Ignacio Ruiz Quintano
Madrid-Taiwán, 28. La rueda de Gallardón
Kaohsiung
La vida rueda y Gallardón también. Después de haber dejado Madrid en manos de los ‘impíos’ ciclistas de la era globalizadora -en versión carpetovetónica: una ciudad sin normativa- en cumplimiento de su promesa de situar la capital de España a la altura de los tiempos -en sintonía con la juventud mejor preparada de la historia, por sus másteres, formas y botellones/que quedará en manos de Botella-, su figura, la del gurú de la bicicleta -Gallardón-, se plantea rodar -puede que así sea- hacia las elevadas esferas de la Nación, donde podría seguir su ideal de aposentar al Dios del Neumático Ciclístico donde le corresponde, en el Solar -actual- Patrio.
La rueda viajera de Gallardón ha logrado consolidar la amenaza sobre el peatón. Una rueda que aparece en la acera desde cualquier punto cardinal.
-¿De dónde vendrá la amenaza? -se pregunta el paseante, no alienado, cuando camina -crítico con el mundo de carril y ruedas que nos circunda-.
-¿Por dónde aparecerá la rueda -en la acera de las calles- que apunta a la cerviz del paseante, como garrote vil, implacable, que se sitúa a la altura del hombre que quiere ser libre mientras pasea?
Ecología moderna que pretende conducir al redil cualquier vislumbre de libertad antigua, no progresista, que sea insolidaria con una ocupación de la calle que intimida, que coarta, que dirige vidas.
Dura convivencia. La de la rueda y la del hombre en la acera. Una cohabitación que eliminará el despiste, el albedrío, de quien camina y disfruta de la ciudad o transita por sus propios espacios personales, sin preocupaciones, al recorrerla. Coexistencia -hombre/rueda/acera- que dirime desigual contienda -una refriega en la que se intentará esquivar el turbio encontronazo, antes sólo humano [-Pero a dónde va/ -Perdone, iba despistado]-, entre el hombre y la máquina [ora cruento].
Así, una huída de la colisión, librada, ahora, para el hombre ante la rueda, manteniendo una línea de comportamiento al caminar en la acera, al seguir paso a paso una raya imaginaria. La raya de la salvación que al caminar aísla del ciclista que merodea, rodea, serpentea, al caminante, para reconducirlo, llevarlo, guiarlo, amaestrarlo, sosegarlo, en definitiva, putearlo.
Es la nueva democracia ecológica y globalizadora, impuesta a punta de rueda, a base de pinreles, a golpe de pedal, en carriles agallardonados. Circuitos que conducen a la nada, que enredan la vida, que ruedan y putean. Que dilatan el aburrimiento del hoy. Ese tiempo que sobra porque no hay nada más que aprender, ni nada en qué pensar. Pues las generaciones mejor preparadas han alcanzado la cima del conocimiento con másteres, pinreladas y chancletadas. Sendas ideológicas y velocípedos. Saberes superiores para cercar a descreídos ciudadanos. Nueva modernidad. La amenaza de la rueda. La rueda de Gallardón.