martes, 13 de septiembre de 2011

La muerte tenía un precio


José Ramón Márquez

Me resulta un poco chocante que no haya tenido más repercusión en las bitácoras de esta Aldea de Tauro, tan acertadamente bautizada por González Fischer, la decisión de la Municipalidad de Quito de abolir el tercer tercio de la corrida, tercio de muerte, sustituyendo la estocada por no sé qué invento, y dejando la muerte del toro aplazada a la oscura y lóbrega soledad de un cajón en las dependencias interiores de la plaza.

No insistiremos en nuestra visión, según la cual la parte esencial de la corrida de toros es la muerte del animal. Para quien lo quiera ahí está Álvarez de Miranda con su imprescindible ‘Rito y juegos del toro’ junto a una porción de pensadores que han ahondado en la profunda significación simbólica de una luminosa fiesta cuya razón de ser gira, tal y como ocurre en la vida, en torno a la constante presencia de la muerte. En ese sentido, eliminar la muerte del toro es desvirtuar profundamente la esencia de la corrida de toros y acercarla un paso más hacia el espectáculo circense.

La corrida de toros sin muerte sería, pues, como una absurda paella sin arroz en cuyo caldo flota el garrofó de las verónicas, el pollo de las banderillas, el conejo de los redondos, la ferraúra del natural y los caracoles con hierro y divisa. Están todos los ingredientes salvo el que integra y da sentido a ese todo. Espectáculo devaluado e interrumpido en el momento de su máxima expresión.

Y siendo grave la abolición del tercer tercio, lo es mucho más, por lo que implica de novedad, la transmisión de la autoridad de la corrida al propio empresario de la misma. Si no me equivoco, creo que es la primera vez en la que esto ocurre. Entre aquellos remotos carteles en que ‘Ha dispuesto el Rey N.S. la celebración de una función de toros…’ hasta los contemporáneos en los que ‘Se verificará con permiso de la Autoridad y si el tiempo no lo impide…’ siempre ha habido una presencia efectiva de la autoridad, involucrada en el desarrollo, control y garantía de la limpieza del espectáculo. Con esta deplorable iniciativa, al ceder la Autoridad esa parcela irrenunciable al empresario privado se pone ya definitivamente el espectáculo a la misma altura que el circo o el pressing-catch.

Apena, además, el que haya toreros que se presten a estos sucios enjuagues por un puñado de dólares. Nunca hemos pensado que, en general, los coletas se caractericen precisamente por tener mucha grandeza personal fuera de los ruedos, pero al colaborar con esta pantomima que pretenden perpetrar en Quito nos queda un retrato muy preciso de los ‘matadores de toros’ que consienten de forma tan indigna en que su nombre figure en los carteles para dar esta nueva cuchillada a la Fiesta.