martes, 13 de septiembre de 2011

La elocuencia y el ciclismo



VUELTAS AL CICLISMO

Ignacio Ruiz Quintano

Abc

El domingo, al volver del campo (porque ahora, para ver a Mou, voy al campo: no al del Bernabéu, sino al de los cardos y las flores, donde pasea Juan y Medio, al estilo de Michael Landon en “La casa de la pradera”, su carreta de yeguas frisonas), quedé atrapado en la ratonera de la Vuelta a España, que en realidad parecía la vuelta a la Cibeles, y que ganó un tal Cobo (“Cobo toca el cielo”, titulaba la prensa deportiva) que no tiene que ver con el Cobo municipal que convalece de un “motazo” en el hospital, y que se recupere como yo deseo y ha menester, que diría Tierno. Calor en el asfalto, y en la radio, los discursos de quienes acuden a retratarse con los “esforzados de la ruta”… Me puse a darle vueltas a la analogía que Julio Camba hacía de la elocuencia y el ciclismo. Un juez francés había ganado en Washington un concurso de oratoria, y Paul Morand, el escritor moral de Francia, escribió: “Es la segunda vez que un acontecimiento tan triste viene a cubrirnos de ridículo: en esta época marcial y deportiva podíamos esperar que el laconismo de los mandos…”A Morand le había dado por el esnobismo del deporte y lo que quería decir con eso es que resultaba más serio para su país ganar un campeonato de bicicleta que un concurso de oratoria, sin darse cuenta de que ambas actividades exigen una misma capacidad pulmonar, ni de que, al igual que el ciclista, el orador raras veces puede detenerse en donde quiere. Generalmente, explicaba Camba, va montado en sus propias palabras como en una máquina diabólica, y, aunque no tenga nada que decir, no le queda más remedio que seguir abriendo y cerrando las mandíbulas, a semejanza de los ciclistas que, disparados por las cuestas abajo, necesitan seguir con sus pies el movimiento de los pedales. Calor y radio. Dos horas de ratonera en el laberinto circulatorio de la Academia de la Lengua...

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